miércoles, 13 de abril de 2011

Celebración de la República con Clara Campoamor. y III


 "Tenéis el derecho que os ha dado la ley, la ley que hicisteis vosotros, pero no tenéis el Derecho Natural, el Derecho fundamental que se basa en el respeto de todo ser humano, y lo que hacéis es detentar un poder; dejad que la mujer se manifieste y veréis como ese poder no podéis seguir detentándolo...."
                     ( Clara Campoamor, en el Congreso de Diputados. 1 de octubre de 1931.)


Clara Campoamor Rodríguez nace en Madrid, en el actual barrio de Malasaña, el 12 de febrero de 1888, en el seno de una familia humilde y de pensamiento liberal-progresista. A los 10 años de edad, sufre la pérdida de su padre y la madre tiene que hacerse cargo de los dos hijos y sacarlos adelante con su trabajo de costurera. 

Clara, con apenas 13 años de edad, se ve obligada a dejar la escuela y ponerse a trabajar con su madre. Trabajó de modistilla y de dependienta de comercio hasta que en 1909, aprovechando que no se requería titulación alguna, oposita a una plaza en el Cuerpo Auxiliar de Correos y Telégrafos, logra aprobar las oposiciones siendo destinada a Zaragoza y después a San Sebastián.

En 1914, el Ministerio de Instrucción Pública saca a concurso unas plazas de maestra, logra ganar una de ellas con el número uno de la promoción, pero, al no tener siquiera el Bachillerato, sólo puede enseñar taquigrafía y mecanografía, situación esta que la motiva a reanudar los estudios. Su trabajo como secretaria de dirección en el diario progresista La Tribuna, le permite conocer a gente del mundo de la política y en 1916 ingresa en el Ateneo de Madrid, que influyó notablemente en la trayectoria Clara, porque no sólo ha sido una biblioteca al servicio de estudiantes y lectores o un cenáculo cultural. También ha sido una escuela de políticos y de oradores. La carrera de Azaña despegó cuando fue elegido Depositario en una Junta presidida por Gregorio Marañón y Clara Campoamor de Secretaria Tercera.

En 1921 decide reiniciar sus estudios de bachillerato. Se matricula en el Instituto Cisneros y trabaja como auxiliar-mecanógrafa en el Ministerio de Instrucción Pública. Participa en la fundación de la Sociedad Española de Abolicionismo –que pretendía acabar con la prostitución– y pronuncia discursos en actos públicos junto a Elisa Soriano y María Martínez Sierra, feministas consagradas. La casa Calpe le encarga que traduzca del francés «Le roman de la momie» de Théophile Gautier, y en diciembre de 1922 entrega su trabajo. En sus años de exilio vivirá de sus traducciones.

En 1923 obtiene el título de bachillerato y se matricula en Derecho. A  finales del año siguiente obtiene su licenciatura y dos meses más tarde ingresa en el Colegio de Abogados de Madrid. Abre su primer despacho profesional y durante todo el año 1925 despliega una intensa actividad en el seno de la Academia de Jurisprudencia. En menos de tres años una secretaria sin bachillerato se ha convertido en una jurista.




En 1926 prologa el libro Feminismo Socialista, escrito por María Cambrils y dedicado a Pablo Iglesias, aunque Clara no se siente socialista; sólo sus ideas sobre la igualdad de la mujer la acercan al PSOE. En junio de este mismo año, Primo de Rivera, cansado de la oposición que encontraba entre los socios del Ateneo, decide nombrar él mismo una Junta Directiva apócrifa, sin precisar los cargos, en la que incluye el nombre de Clara Campoamor, junto con el de Victoria Kent y Matilde Huici. Victoria Kent fue la única que aceptó. Ella y Matilde renuncian a ese nombramiento, pero tal decisión le ocasiona la pérdida de cien puestos en el escalafón de su cargo en el Ministerio de Instrucción Pública, lo que le obliga a solicitar su excedencia como funcionaria, condición que no recobrará jamás. 

Fiel a sus convicciones, no colabora en ninguna iniciativa propuesta por el Gobierno y se decanta a favor de la corriente antimonárquica. Así, cuando la Real Academia de Jurisprudencia le concede su premio anual en 1927, rechaza la Gran Cruz de Alfonso XII que lleva aneja el galardón.
   
En 1929 se afilia en el comité organizador de la Agrupación Liberal Socialista, de donde pasa a las filas de Fuerza Republicana que lidera Manuel Azaña, en cuyo Consejo Nacional es admitida desde el principio y que en 1930 se transforma en partido político con el nombre de Acción Republicana.

El 12 de abril de 1931 las primeras elecciones libres después de la Dictadura, dan el poder a los partidos republicanos e izquierdistas y dos días después, el 14 de abril, Alfonso XIII sale de España hacia el exilio proclamándose la II República. El Gobierno Provisional republicano aprueba una reforma de la Ley Electoral reconociendo el sufragio universal para los varones mayores de edad (23 años) y permitiendo a las mujeres sólo ser elegidas, no electoras y  convoca elecciones a Cortes Constituyentes. En Acción Republicana, donde se sabe el alcance de las reivindicaciones feministas de Clara, no quieren que encabece la lista. Temiendo no resultar elegida, abandona Acción Republicana y se integra en el Partido Republicano Radical de Lerroux.
 
El 28 de junio se celebran las elecciones, a las que concurre formando parte de la candidatura de la coalición integrada por el Partido Republicano Radical, el Partido Republicano Radical Socialista y Acción Republicana y resulta elegida diputada por Madrid, siendo una de las primeras mujeres que, junto a Margarita Nelken y Victoria Kent, obtienen un escaño. El 28 de julio, las nuevas Cortes Constituyentes incluyen a Clara, en calidad de vocal, en la Comisión encargada de redactar el Proyecto de Constitución, así como en la de Trabajo y Previsión, en la que es nombrada Vicepresidenta. El 1 de septiembre pronuncia en la Cámara su primer discurso y al día siguiente, sale para Ginebra como delegada suplente ante la Asamblea de la Sociedad de Naciones.

El 2 de septiembre de 1931 se debate el artículo que va a recoger el derecho a voto de todos los españoles y algunos diputados atacan el principio del sufragio femenino basándose en las “limitaciones impuestas a su albedrío por la naturaleza”. La realidad es que parte de la izquierda y el Partido Republicano Radical, tienen miedo al voto de la mujer. Con excepción de un grupo de socialistas y algunos republicanos, no querían que la mujer votase ya que suponían que estaba más influida por la Iglesia que el hombre y esto podría favorecer a los partidos de derecha, que, aunque no favorables a esta cuestión, estaban dispuestos a apoyarla. 

Clara regresa a Madrid y el 29 de septiembre, tiene su primer encontronazo dialéctico con la diputada Victoria Kent, del Partido Radical Socialista que se opone a la redacción del artículo. El 1º de octubre, Victoria Kent, sacrificando sus convicciones a la disciplina de su partido, pide el aplazamiento del derecho al voto de la mujer. Le replica la Campoamor y por 161 votos contra 121 la mujer adquiere el derecho al voto. El socialista Prieto abandona la Cámara afirmando que «era una puñalada trapera para la República». La gran mayoría del Partido Radical vota contra el sufragio femenino y también Margarita Nelken, socialista, se manifestará contraria al voto de la mujer. 


Reunión de las Comisiones Interparlamentarias
El 1º de diciembre, aprovechando la circunstancia de que las derechas –apoyo fundamental del sufragio femenino– han abandonado la Cámara, se presenta una enmienda para que la mujer sólo pueda votar en las elecciones municipales. La enmienda se rechaza por muy escaso margen: 131 votos en contra y 127 a favor. Es la victoria de Clara Campoamor, la victoria, también, de medio país, de todas las mujeres españolas.

De su actividad parlamentaria, reseñemos también que se pronunció a favor del derecho al divorcio y a favor de la supresión del delito de adulterio. La defensa que hizo del sufragio femenino la convirtió en una figura nacional y la fama le ayudó en su profesión. Como abogado llevó dos divorcios famosos: el de Concha Espina y Ramón de la Serna así como el de Ramón del Valle-Inclán, Presidente del Ateneo, y Josefina Blanco.

Paradójicamente, en las elecciones generales de noviembre de 1933, las primeras verdaderamente democráticas por haber votado todas las mujeres, Clara no consigue su reelección como diputada. Estos comicios tuvieron por resultado la mayoría de las derechas y toda la izquierda la culpa de la derrota. A estos ataques contesta con una carta que se publica en El Heraldo de Madrid, el 26 de noviembre de 1933, en la que, analizando los resultados electorales de varias ciudades, llega a la conclusión de que las causas de la victoria electoral conservadora había que situarlas, entre otros hechos, en la escisión que se produce dentro del bloque republicano y en la falta de eficacia del Gobierno en determinados aspectos, como la Ley Agraria. No obstante, en diciembre de 1933 es nombrada Directora General de Beneficencia, cargo del que dimitirá al año siguiente por discrepancia con el ministro.

Durante la revolución de Asturias, marcha a Oviedo con el fin de organizar la ayuda a los niños de los mineros muertos o encarcelados. La dura represión con que el Gobierno ha sofocado el foco revolucionario le lleva a causar baja en el PRR el 23 de febrero de 1935. En una carta dirigida a Alejandro Lerroux expone los motivos: la “pérdida de confianza y la fe en el Partido” por llevar a cabo una política de derechas. Decide ingresar en Izquierda Republicana, coalición liderada por Manuel Azaña pero su petición le es denegada por 183 votos en contra y 68 a favor, tras someterla a la humillación de abrirle un expediente y votar en público su admisión. Dos afiliadas pasearon en alto su bola negra, jactándose de la venganza. Esto fue para ella un duro golpe. El hecho de no estar adscrita a ningún partido le va a impedir la entrada en las listas de la coalición Frente Popular en las elecciones del 16 de febrero de 1936, que pondrán el poder del Gobierno en manos de los partidos de izquierda.

Ese mismo año abandona la Unión Republicana Femenina y fuera ya de toda actividad política, en los primeros meses de 1936 escribe y publica su obra “El voto femenino y yo: Mi pecado mortal”, explicando cuáles fueron sus actividades y qué motivos la determinaron a realizarlas. En este año había aparecido su libro "El derecho de la mujer".

El 18 de julio de 1936 tiene lugar el levantamiento militar contra la República. Ella permanece en Madrid y tras observa el terror, las checas y los fusilamientos y temiendo por su vida, deja Madrid rumbo a Alicante, donde consigue embarcarse en un barco de bandera alemana rumbo a Italia, con la intención de pasar a Suiza. Varios falangistas planean asesinarla durante el viaje y es denunciada a las autoridades fascistas siendo retenida unas horas en Génova. Luego puede proseguir su viaje y ya en Ginebra se instala en casa de Antoinette Quinche, donde escribe “ La revolución española vista por una republicana”.

Unión Republicana Femenina. C/ Fuencarral, 6

En 1938 se instala en Buenos Aires donde se dedica a la traducción de libros, escribe biografías y dicta conferencias. Publica “La situación jurídica de la mujer española” y  consigue trabajar de tapadillo como abogada en un bufete. También se dedica a la literatura, escribiendo obras como “El pensamiento vivo de Concepción Arenal”; “Sor Juana Inés de la Cruz”, y “Vida y obra de Quevedo”.

Contacta con republicanos exiliados, como Niceto Alcalá-Zamora y en las Navidades de 1947 regresa a Madrid, donde se aloja en casa de Elisa Soriano. Está fichada por el Tribunal de Represión de la Masonería y en febrero del año siguiente, Clara deja Madrid y regresa a Buenos Aires. Viajará de nuevo a Madrid y logra que Concha Espina le escriba una carta de presentación ante las autoridades del Tribunal de Represión de la Masonería. Se le comunica que puede optar entre 12 años de cárcel o proporcionar los nombres de antiguos ‘hermanos’ en la logia Reivindicación de la que ella había formado parte. A diferencia de otros exiliados, se niega a prestar declaración por un delito que no lo era en el momento de haberse cometido y regresa a su hotel y de allí al aeropuerto para volver a Argentina. Ya no regresará nunca a su patria.

En 1955 abandona Argentina y se traslada a Lausanne donde trabaja en un bufete hasta que pierde la vista y allí,  tras diecisiete años de tristeza y nostalgia, muere de cáncer el 30 de abril de 1972, a los 84 años de edad. Dejó escrito que sus restos fueran incinerados en San Sebastián, en el cementerio de Polloe, donde se hallaba al instaurarse la II República.

Su defensa del sufragio femenino la convirtió en una figura nacional. Lamentablemente, esta victoria para la mujer significaría su  muerte política, pero tiene ya, un lugar preferente en la historia de la lucha de la mujer en favor de sus derechos y, en definitiva, en la historia de la democracia.




 
   

Fuentes: José Antonio Molero; Luis Español Bouche, Wikipedia

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