Poetisa estadounidense, cuya poesía apasionada ha colocado a su autora en el reducido panteón de poetas fundacionales estadounidenses que hoy comparte con Edgar Allan Poe, Ralph Waldo Emerson y Walt Whitman. Emily Dickinson pasó gran parte de su vida recluida en una habitación de la casa de su padre en Amherst y, excepto cinco poemas (tres de ellos publicados sin su firma y otro sin que la autora lo supiera), su ingente obra permaneció inédita y oculta hasta después de su muerte.
Emily Elizabeth Dickinson, nació en
Amherst, Massachusetts, el 10 de diciembre de 1830, en el seno de una prominente familia de Nueva Inglaterra.
Sus antepasados habían llegado a Estados Unidos en la primera oleada migratoria
puritana, y la estricta religión protestante que profesaban influyó sobre la
obra de la artista.
El padre de la poetisa, Edward Dickinson,
abogado por la Universidad Yale, fue juez en Amherst, representante en la
Cámara de Diputados de Massachusetts, senador en la capital del Estado y por
último representante por el estado de Massachusetts en el Congreso de
Washington. Edward fundó la línea ferroviaria Massachusetts Central Railroad y
el Amherst College, entidad educativa intermedia
entre una escuela secundaria y la Universidad que dio lustre cultural a su
olvidada e insignificante aldea. La madre de Emily fue la poetisa Emily Norcross Dickinson, que hacia el fin de su vida estuvo
postrada y a cargo de sus hijas. Emily tuvo dos hermanos: el
mayor, William Austin Dickinson y su hermana menor, Lavinia Norcross
Dickinson, también conocida como Vinnie.
El
hermano mayor de Emily, se casó en 1856 con Susan Huntington Gilbert, ex compañera de estudios
de Emily en la Academia de Amherst, que parece haber
cumplido un importante papel en la vida emocional de la escritora. Susan
Gilbert, al mudarse con Austin a la casa contigua a la que vivía Emily, se
convirtió en amiga y confidente de la poetisa, y consta por la correspondencia
mantenida, que su cuñada fue la segunda persona
a quien le mostró sus poesías. Lavinia Dickinson, su hermana menor, fue
su compañera y amiga hasta el fin de su vida.
Las pocas confidencias íntimas que se conocen de Emily provienen de Lavinia. Mujer brillante e inteligente, Vinnie sentía una profunda adoración por su hermana y por su talento poético. Sin embargo, respetó hasta la muerte de aquella su decisión de mantener ocultas sus obras, y protegió su vida privada hasta donde le fue dado hacerlo, creando y manteniendo el ambiente de calma, aislamiento y soledad que Emily necesitaba para dar forma a su gran producción poética. Al decir del biógrafo de Emily, George Frisbee Wicher, la devoción de Lavinia fue la responsable de hacer comprender al mundo que "la poetisa lírica más memorable de Estados Unidos había vivido y muerto en el anonimato".
Las pocas confidencias íntimas que se conocen de Emily provienen de Lavinia. Mujer brillante e inteligente, Vinnie sentía una profunda adoración por su hermana y por su talento poético. Sin embargo, respetó hasta la muerte de aquella su decisión de mantener ocultas sus obras, y protegió su vida privada hasta donde le fue dado hacerlo, creando y manteniendo el ambiente de calma, aislamiento y soledad que Emily necesitaba para dar forma a su gran producción poética. Al decir del biógrafo de Emily, George Frisbee Wicher, la devoción de Lavinia fue la responsable de hacer comprender al mundo que "la poetisa lírica más memorable de Estados Unidos había vivido y muerto en el anonimato".
La Academia de Amherst era sólo para
varones; en 1838 se abrió por primera vez la inscripción de niñas, y fue allí
donde Edward Dickinson y su esposa inscribieron en 1840 a Emily. A pesar de su humildad (escribió
"Fui a la escuela pero no tuve instrucción"), la educación de Emily
en la academia fue sólida y completa. Allí aprendió literatura, religión,
historia, matemáticas, geología (cuyo profesor era también primo de Emerson) y
biología. Recibió una sólida instrucción en griego y latín que le permitía, por
ejemplo, leer la Eneida de Virgilio en su idioma original. El punto más flojo de la educación de
Emily fueron sin duda las matemáticas, que no le gustaban y para las cuales no
tenía facilidad. Su talento narrativo hizo que escribiera las composiciones de
sus compañeras que, en retribución, le hacían las tareas de álgebra y
geometría.
Emily estudia aleman, canto los domingos, piano con su tía, y también jardinería,
floricultura y horticultura, estas últimas pasiones no la abandonarían hasta el
fin de su vida.La educación de Emily Dickinson fue mucho más profunda y sólida que las de las demás mujeres de su tiempo y
lugar. Sin embargo, en ocasiones la muchacha (cuya salud no era muy buena) se
sentía saturada y sobreexigida. A los 14 años escribe a una compañera una carta
donde dice: Terminaremos nuestra educación alguna vez, ¿no es verdad? Entonces
tú podrás ser Platón y yo Sócrates, siempre y cuando no seas más sabia que
yo".
La Academia y el Colegio de Amherst
disponían de un claustro de profesores compuesto por científicos de fama
nacional, entre los que se contaban biólogos y geólogos que llevaron al colegio sus
enormes colecciones de especímenes. Ambas instituciones construyeron gabinetes para guardar las colecciones, así
como un importante observatorio astronómico con un buen telescopio. Todo esto estimuló el interés de
Dickinson por las ciencias naturales: conocía desde temprana edad los nombres
de todas la constelaciones y estrellas, y se dedicó con entusiasmo a la
botánica. Sabía perfectamente dónde encontrar cada especie de flor silvestre
que crecía en la región, y las clasificaba correctamente según la nomenclatura
binomial en latín. Toda esta erudición científica quedó firmemente guardada en
su memoria, y fue utilizada para la trama naturalista de sus poemas muchos años
después.
El Seminario para Señoritas Mary Lyon de
Mount Holyoke también recibió a Emily Dickinson para ayudar a su formación
religiosa y completar su educación superior. La jovencita abandonó en 1847 el
hogar familiar por primera vez para estudiar allí. Emily, con apenas 16 años,
era una de las más jóvenes de entre las 235 estudiantes de Mount Holyoke,
custodiadas por un selecto grupo de jóvenes maestras de entre 20 y 30 años de
edad. La adolescente superó sin problemas los estrictos exámenes de admisión y
se mostró muy satisfecha por la educación que se impartía en el seminario. Allí intentaron que Emily se volcara de
lleno en la religión —para dedicarse a misionar en el extranjero— pero la niña,
tras un profundo examen de conciencia, encontró que aquello no le interesaba y
se negó, quedando inscrita en el grupo de 70 alumnas a las que se consideró
"no convertidas".
En menos de un año, Emily superó el curso
completo gracias, principalmente, a sus profundos conocimientos del latín.
Aprobó rápidamente historia inglesa y gramática y sacó excelentes
calificaciones en los exámenes finales, que eran orales y públicos. El curso
siguiente se refería a química y fisiología y el tercero a astronomía y
retórica. Los profesores, a la vista de su evidente dominio de
la botánica, le dieron esta materia por aprobada sin necesidad de cursarla ni
de rendir exámenes.
En la primavera Emily enfermó y ya no
pudo permanecer en el seminario. Edward Dickinson envió a Austin a buscarla y
traerla de regreso. Después de esta segunda experiencia académica de su vida,
Emily Dickinson ya no volvió a estudiar nunca más.
La vida privada de Emily ha permanecido siempre velada al público, pero solo hace falta echar una mirada a sus poemas para descubrir en ellos una coherencia, pasión e intensidad extraordinarias. La mayor parte de su obra se ocupa de su amor hacia un hombre —cuyo nombre jamás es mencionado— con quien no podía casarse. Objeto de numerosas habladurías durante su vida y de muchas más después de su muerte, la vida emocional e íntima de Emily espera aún a ser revelada por los investigadores y estudiosos. La posible exageración de que fue objeto la contradice la propia poetisa al escribir: "Mi vida ha sido demasiado sencilla y austera como para molestar a nadie".
Ya entre 1850 y 1880 circulaban por Massachusetts numerosos rumores acerca de los amores de la hija del juez Dickinson, y después de la publicación de su primer libro de poemas cundieron las habladurías acerca de su desdichada "historia de amor". Las teorías pueden dividirse en dos grupos: el amor con un joven a quien Edward Dickinson le prohibió seguir viendo, o la relación con un pastor protestante casado que huyó a una ciudad distante a fin de no sucumbir a la tentación. Ambas, aún sin poder ser comprobadas, tienen un pequeño trasfondo de verdad histórica.
La primera de ellas se refiere a un
estudiante de ciencias jurídicas que trabajó en el estudio legal de Edward
durante el año que Emily pasó en Mount Holyoke y el siguiente. La segunda se
basa en la —como ella misma escribió— "intimidad de muchos años" con
un importante religioso que le fue presentado en Filadelfia en 1854. A pesar de
que ambas relaciones en verdad tuvieron lugar, no existe ni la más mínima
prueba de que Emily Dickinson haya mantenido relación con ninguno de ellos; ni
siquiera de se viera con ellos a solas en ninguna ocasión.
Durante su vida, Emily se puso en
manos de hombres a los que consideraba más sabios que ella y que podían,
mediante el sencillo expediente de indicarle qué libros debía leer, organizar
sus conocimientos y allanarle el camino del arte que ella pretendía recorrer.
El último y mejor documentado fue Thomas Wentworth Higginson, a quien Emily siempre llama Master en sus cartas y
a quien la voz popular ha adjudicado el mote de "Maestro de las
cartas".
En 1862, en la carta
que le escribe, la poetisa dice textualmente: "Cuando era pequeña, tuve un
amigo que me enseñó lo que era la inmortalidad, pero se aproximó demasiado a
ella y nunca regresó. Poco después murió mi maestro, y durante largos años mi
única compañía fue el diccionario. Luego encontré a otro, pero no quería que yo
fuese su alumna y se fue de la región". Los dos hombres que Dickinson menciona en
su carta a Higginson son, en verdad, los protagonistas de sus poemas de amor.
Ella misma lo expresa en otras cartas, y no existen motivos para negarlo.
Sin embargo, sus respectivas identidades deberían esperar siete décadas para ser desveladas. En 1933, un coleccionista de autógrafos publicó su catálogo, y en su colección apareció una carta inédita de Emily Dickinson que vendría a echar luz sobre el nombre del "amigo que le enseñó la inmortalidad".
La misiva, fechada el 13 de enero de 1854, está dirigida al reverendo Edward Everett Hale, que en esos tiempos era el pastor de la Iglesia de la Unidad en Worcester: "Pienso, señor, que como usted era el pastor del señor B.F. Newton, que murió hace algún tiempo en Worcester, puede satisfacer mi necesidad de enterarme de si sus últimas horas fueron alegres. Yo lo apreciaba mucho, y me gustaría saber si descansa en paz...". La carta continúa explicando que Newton trabajaba con su padre, y que ella, no siendo más que una niña, se sintió fascinada por su colosal intelecto y sus notables enseñanzas. Dice que el señor Newton fue para ella un preceptor amable pero serio, que le enseñó qué autores debía leer, a qué poetas admirar y muchas enseñanzas artísticas y religiosas. Pregunta a Hale si él cree que Newton está en el Paraíso, y recuerda que "Me enseñaba con fervor y con cariño, y cuando se fue de nuestro lado se había convertido en mi hermano mayor, querido, añorado y recordado".
Sin embargo, sus respectivas identidades deberían esperar siete décadas para ser desveladas. En 1933, un coleccionista de autógrafos publicó su catálogo, y en su colección apareció una carta inédita de Emily Dickinson que vendría a echar luz sobre el nombre del "amigo que le enseñó la inmortalidad".
La misiva, fechada el 13 de enero de 1854, está dirigida al reverendo Edward Everett Hale, que en esos tiempos era el pastor de la Iglesia de la Unidad en Worcester: "Pienso, señor, que como usted era el pastor del señor B.F. Newton, que murió hace algún tiempo en Worcester, puede satisfacer mi necesidad de enterarme de si sus últimas horas fueron alegres. Yo lo apreciaba mucho, y me gustaría saber si descansa en paz...". La carta continúa explicando que Newton trabajaba con su padre, y que ella, no siendo más que una niña, se sintió fascinada por su colosal intelecto y sus notables enseñanzas. Dice que el señor Newton fue para ella un preceptor amable pero serio, que le enseñó qué autores debía leer, a qué poetas admirar y muchas enseñanzas artísticas y religiosas. Pregunta a Hale si él cree que Newton está en el Paraíso, y recuerda que "Me enseñaba con fervor y con cariño, y cuando se fue de nuestro lado se había convertido en mi hermano mayor, querido, añorado y recordado".
Mientras Emily padecía aún, luchando con
la elaboración del duelo que la muerte de Newton había desatado en ella,
conoció en Filadelfia en mayo de 1854 al reverendo Charles Wadsworth, a la
sazón pastor de la Iglesia Presbiteriana de Arch Street. Wadsworth tenía 40
años y estaba felizmente casado, pero igualmente causó una profunda impresión
en la joven poetisa de 23: "Él fue el átomo a quien preferí entre toda la
arcilla de que están hechos los hombres; él era una oscura joya, nacida de las
aguas tormentosas y extraviada en alguna cresta baja".
El pastor murió el 1º de abril de 1882, mientras que Newton falleció un 24 de marzo. En otoño de ese mismo año ella escribió: "Agosto me ha dado las cosas más importantes; abril me ha robado la mayoría de ellas"'. Al pie del texto se lee la siguiente y angustiosa pregunta: "¿Es Dios enemigo del amor?". Al cumplirse el primer año de la muerte de Charles Wadsworth escribió: "Toda otra sorpresa a la larga se vuelve monótona, pero la muerte del hombre amado llena todos los momentos y el ahora. El amor no tiene para mí más que una fecha: 1º de abril, ayer, hoy y siempre".
Si a partir de estas confesiones queda
claro el enorme impacto amoroso que Wadsworth tuvo sobre la vida de Dickinson,
no hay prueba alguna de que ella haya sido importante para él. Tímido y
reservado, no existe constancia de que se haya fijado en Emily en aquellas
oportunidades. Sin embargo, el único cuadro que colgaba
en la habitación de la poetisa era un retrato en daguerrotipo del pastor de
Filadelfia. Es interesante destacar que el profundo y eterno amor de Emily se
generó y consolidó en sólo tres entrevistas (aunque hay indicios de un cuarto
posible encuentro). Su hermana Lavinia, que vivió con ella toda su vida, por
ejemplo, jamás conoció a Charles Wadsworth hasta la última vez.
Nunca conoceremos los verdaderos motivos por los que el pastor abandonó
la Costa Este de los Estados Unidos y se fue a predicar a San Francisco en la
primavera de 1861, en plena Guerra Civil. Mas ella nunca lo olvidó. En 1869
Dickinson se enteró de que Wadsworth estaba de regreso en Filadelfia, y comenzó
a escribirle cartas en 1870. Pero pasaron veinte años antes de que
volvieran a verse. Una tarde del verano de 1880, Wadsworth golpeó a la puerta
de la casa de los Dickinson. Lavinia abrió y llamó a Emily a la puerta. Al ver
a su amado, se produjo el siguiente diálogo, perfectamente documentado por
Wicher. Emily le dijo: —¿Por qué no me ha avisado que venía, a fin de
prepararme para su visita?, a lo que el reverendo respondió —Es que yo mismo no
lo sabía. Me bajé del púlpito y me metí en el tren. Ella le preguntó,
refiriéndose al trayecto entre Filadelfia y Amherst: —¿Y cuánto ha tardado?.
—Veinte años, susurró el presbítero. Charles Wadsworth murió dos años después,
cuando Emily tenía 51 años, dejándola sumida en la más absoluta desesperación.
Tras las muertes de Newton y Wadsworth,
la vida de Emily Dickinson quedó totalmente vacía y su único camino para evitar
la muerte, según su principal biógrafo ya mencionado, consistió en la poesía. Recrudeció entonces la tenaz negativa a
la publicación de sus poemas y comenzó a dejar de salir de la casa de su padre
y, con frecuencia, siquiera de su propia habitación.
Ella no dejaba que cualquiera leyera sus poemas. Aparte de los mencionados miembros de su familia, todas las demás
personas que en vida de la poetisa leyeron sus trabajos eran profesionales de
la literatura: escritores, críticos, profesores o editores, y pueden contarse
con los dedos de una mano. La lista incluye a su "Maestro de las
cartas" —Thomas Wenthworth Higginson—, al profesor Samuel Bowles, a la
escritora Helen Hunt Jackson, al editor Thomas Niles y al crítico y también
escritor Josiah Gilbert Holland.
Samuel Bowles, muy interesado en la literatura y en particular en la poesía, dirigía un diario local, y en él se publicaron —con o sin consentimiento de Dickinson— cuatro de los cinco únicos poemas que vieron la luz mientras ella vivió. El primero era un poema del Día de San Valentín primitivo y poco importante, mientras que el segundo era ya una muestra más acabada de su oficio.
En 1862
publicó (sin firma) "Safe in their alabaster chambers" y "Weary of life´s great
mart". El célebre poema sobre la serpiente,
"A narrow fellow in the grass" ("Un delgado amigo entre la hierba",
verdadera obra maestra hoy llamado The Snake), le fue —según la poetisa—
"robado" por alguien de su confianza (casi con seguridad Susan
Gilbert) y publicado contra su voluntad por el mismo periódico en su edición
del 14 de febrero de 1866. El último, que paradójicamente habla del
éxito, fue publicado en una antología preparada por Helen Hunt Jackson a condición
de que la firma de Emily no figurara en él.
En 1862, Emily Dickinson, tal vez bajo
los efectos de la duda acerca de si su poesía tenía calidad real, envió
múltiples poemas a Thomas Higginson acompañados de la siguiente pregunta : "Señor Higginson: ¿está usted demasiado ocupado? ¿Podría hacerse
un momento para decirme si mis poemas tienen vida?". Higginson
respondió en seguida al desesperado pedido de orientación de Dickinson,
elogiando sus poemas y sugiriéndole profundos retoques que, según él, podían
hacer que el trabajo de la autora se adaptara a las normas poéticas en boga en
aquellos tiempos.
Emily se dio cuenta de que adoptar los
innumerables cambios que Higginson le proponía para hacer
"publicable" su poesía suponía una involución estilística y la
negación de su original y única identidad artística, por lo que los rechazó
suave pero firmemente. Higginson guardó los poemas durante más de 30 años, para
luego, ante el éxito del libro Poems of Emily Dickinson (en 1890), sorprenderse
como un absoluto profano que nunca hubiese tenido nada que ver con el asunto.
Escribió en un ensayo del año siguiente que "después de cincuenta años de
conocerlos (a los poemas), se me plantea ahora como entonces el problema de qué
lugar debe asignárseles dentro de la literatura. Ella (Emily) se me escapa, y
hasta hoy me encuentro aturdido ante semejantes poemas". Cuando, quince
años después de la muerte de la artista, se le preguntó por qué no la había
convencido de publicarlos en alguna de las antologías que recopilaba, Higginson
respondió: "Porque no me atreví a usarlos".
Amiga de Emily Dickinson y protegida de
Higginson, Helen Jackson hizo lo imposible para conseguir que Emily publicara,
al menos, algunas de sus poesías. La negativa de la poetisa fue cerrada e
inexpugnable, hasta que la novelista le consiguió un lugar en una antología de
poemas sin firma, que se tituló A Masque of poets ("Una mascarada de
poetas", 1878). Sólo ante la garantía del anonimato le cedió Emily un
único poema, Success is counted sweetest ("Se dice que el éxito es lo más
dulce"), reputado entre lo mejor de aquel volumen.
Helen esbozó un último esfuerzo el 5 de
febrero de 1884, escribiendo a Emily una carta en la que le decía: "¡Qué
maravillosas carpetas llenas de versos debes tener ahí! Es un cruel error para
tu época y tu generación esa rotunda negativa a darlos a conocer". Pero en
vano: para ese momento, Emily estaba ciega y había sufrido un grave ataque
nervioso del que ya nunca se podría recuperar. Helen Hunt Jackson murió seis
meses más tarde.
El encierro y el aislamiento
autoimpuestos de Emily Dickinson no fueron súbitos ni —al comienzo— anormales.
Desde su alejamiento del seminario hasta su muerte, Emily vivió tranquilamente
en la casa de su padre, lo que no era raro para las mujeres de su clase. Su
hermana Lavinia y su cuñada Susan Gilbert, por ejemplo, siguieron caminos
idénticos. Entre la veintena y la treintena, además,
Emily iba a la iglesia, hacía las compras y se comportaba perfectamente en
todos los aspectos. Daba largos paseos con su perro ("Carlo") e
incluso concurría a las exposiciones y a las funciones benéficas, lo que se
demuestra porque las instituciones aún conservan en sus archivos sus tarjetas
de visita. La familia de Holland la visitó en 1861, y la recuerdan "con un
vestido marrón, una capa más oscura y una sombrilla del mismo color". Las
primeras dos fotografías que acompañan este artículo la muestran también
vestida de oscuro. Pero a finales de ese año, la poetisa
comenzó a rehuir las visitas y las salidas, y empezó a vestirse exclusivamente
de blanco, extraña costumbre que la acompañaría durante el cuarto de siglo que
aún le quedaba de vida.
Para 1862 se la veía ya muy poco por la
aldea. En 1864 viajó a Boston para visitar a un oculista y repitió el periplo
al año siguiente, período en que se alojó en casa de unas primas en Cambridgeport.
Nunca volvió a viajar, faltando a la cita que el médico le había hecho para
1866. En 1870, a pesar de los ruegos de
Higginson para que saliera, la decisión de encerrarse era ya definitiva:
"No salgo de las tierras de mi padre; no voy ya a ninguna otra casa ni me
muevo del pueblo". Esta exageración de la vida privada se había
convertido, para esa época, en una especie de fobia o morbosa aversión a la
gente.
En los últimos quince años de su vida,
nadie en Amherst volvió a verla, excepto que algún paseante ocasional
vislumbrara a su figura vestida de blanco paseando por el jardín de los
Dickinson en los atardeceres de verano. A veces se escondía en el vano de la
escalera de la casa de su padre, entre las sombras, y sorprendía a los
asistentes a una cena o una reunión con una interjección o un comentario
expresados en voz baja.
Sus cartas de ese período demuestran que
algo anormal sucedía con la portentosa escritora: "He tenido un extraño
invierno: no me sentía bien, y ya sabes que marzo me aturde" (carta a
Louise Norcross). En otra nota de disculpa por no haber concurrido a una cena a
la que estaba invitada, dice: "Las noches se hicieron calientes y tuve que
cerrar las ventanas para que no entrara el cuco. Tuve también que cerrar la
puerta de calle para que no se abriera sola en la madrugada y tuve que dejar
prendida la luz de gas para ver el peligro y poderlo distinguir. Tenía el
cerebro confundido —aún no he podido ordenarlo— y la vieja espina aún me
lastima el corazón; fue por eso por lo que no pude ir a visitarte".
Durante los tres últimos años de su vida no salió tan siquiera de su habitación, ni aún para recibir a Samuel Bowles, que nunca había dejado de visitarla. El anciano se paraba en la entrada y la llamaba a gritos por la escalera, diciéndole "pícara" y agregando una palabrota cariñosa. Nunca tuvo éxito en su intento de verla o de cambiar una palabra con ella.
Sin embargo, sus poemas y sus cartas
demuestran que es falsa la apariencia de monotonía y enfermedad mental que
erróneamente muchos atribuyen a estos últimos años de la artista. Las misivas
de esta época son poemas en prosa: una o dos palabras por renglón y una actitud
vital atenta y brillante que encantaba a los destinatarios: "Mamá fue de
paseo, y volvió con una flor sobre su chal, para que supiéramos que la nieve se
había ido. A Noé le hubiese gustado mi madre... La gata tuvo gatitos en el
tonel de virutas, y papá camina como Cromwell cuando se apasiona".
Disfrutaba de la visión de los niños que
jugaban en el terreno lindero y trabajar de rodillas en sus flores, pero cuando murió su sobrino menor, último
hijo de Austin Dickinson y Susan Gilbert, el espíritu de Emily, que adoraba a
ese niño, se quebró definitivamente. Pasó todo el verano de 1884 en una silla,
postrada por el Mal de Bright. A
principios de 1886 escribió a sus primas su última carta: "Me
llaman".
Emily Dickinson pasó de la inconsciencia a la muerte el 15 de mayo de 1886. Poco después de la muerte de la poetisa, su hermana Vinnie descubrió ocultos en su habitación 40 volúmenes encuadernados a mano, que contenían la parte sustancial de la obra de Emily: más de 800 poemas nunca publicados ni vistos por nadie. El resto de su obra la constituyen las poesías que insertaba en sus cartas, la mayoría de las cuales pertenecen a los descendientes de sus destinatarios y no se hallan a disposición del público.
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