martes, 28 de febrero de 2012

Juana de Castilla. La Excelente Señora.





La historia ha relegado a un segundo plano a Juana “La Beltraneja”, mientras que ha encumbrado a Isabel la Católica que alcanzó el trono de Castilla. Esta Infanta y reina destronada de Castilla y de León, reina consorte de Portugal destituida de su rango, hubo de renunciar por tratado a todos sus títulos y señoríos. La Religiosa de Coimbra como la llamaban los castellanos, rubricaba sus documentos con: Yo, la Reina, y nos deja una vida marcada en gran parte por su sometimiento a los nobles custodios, los cuales veían en ella una moneda de cambio de gran valía. 




Juana nació en Madrid, un 28 de febrero de 1462 y su tía Isabel la Católica será la madrina del bautismo. En las Cortes de Madrid, queda reconocida como Princesa de Asturias y heredera al trono, al ser la única hija de Enrique IV y de su segunda esposa la reina Juana de Portugal. Una parte de la nobleza castellana no la aceptó como hija biológica del rey, a quién se acusó de haber obligado a la reina a tener un descendiente con su favorito, Beltrán de la Cueva, primer duque de Alburquerque, a pesar de que ambos habían jurado solemnemente que no había sido así. Había sospechas sobre la impotencia de Enrique IV ya que previamente había estado casado con Blanca de Navarra y el matrimonio se anuló porque nunca llegó a consumarse. El Rey no hacía vida con la reina, salvo en actos oficiales, y ni siquiera habitaba en Palacio, morando en una casa vecina y comunicante con el convento de San Francisco, en cuyo altar mayor fué enterrada al ocurrir su muerte, a los treinta y seis años de edad, seis meses después del Rey, llamándose en su testamento la triste reina.

Juan II, el padre de Isabel, murió cuando esta contaba solo cuatro años.  Desde entonces había vivido en Arévalo junto a su madre, que ya mostraba claros síntomas de desequilibrios. En 1464, precisamente cuando comenzaba la etapa conflictiva de su reinado, Enrique IV la llamó a la Corte, donde Isabel aprendió a leer y escribir en un ambiente nada edificante, tanto por los escándalos de la reina, como los protagonizados por el mismo rey. Allí  probablemente cobró conciencia de la malignidad de los rumores y por eso siempre, desde que accedió al trono y su esposo Fernando estaba ausente, dormía rodeada de sus hijas o de sus damas de compañía. También aprendió a ser intransigente con las malas costumbres políticas que habían llevado a que la monarquía fuese pisoteada por cierta nobleza. Pero eso lo ignoraban los nobles que la llevaron al trono, pensando que la podrían dominar por alguna persona interpuesta.

En 1464 los nobles castellanos redactan el Manifiesto de Burgos, mediante el cual hacen saber al rey que consideran que su hija Juana no debería ser la legítima heredera al trono, por considerarla bastarda, declarando además, que el citado heredero debería ser el Infante Alfonso, hermanastro del rey. El 5 de junio de 1465 se celebró en Ávila la llamada «farsa de Ávila», en la que la imagen del rey fue arrojada al suelo, mientras los rebeldes aristocráticos clamaban: «A tierra, puto». En ella, el rey, es depuesto en efigie y se nombra rey a Alfonso, al que se le hace firmar cosas difamatorias contra su hermano de padre. Este acto dejó bien delimitados los dos campos en que se dividió el estamento nobiliario, por un lado los Pacheco y su numerosa clientela, por el otro, los leales a Enrique IV, encabezados por los Mendoza, la Casa de Alba y los Osorio, que serán los futuros partidarios de Isabel. Estos últimos defienden, más que al rey, a la institución monárquica y creen que esta no se puede debilitar. Comparten la opinión de que lo único que puede ofrecer garantía es la existencia de un poder real fuerte.

La pequeña Juana, junto con su madre, disfruta de su niñez, ajena a estos asuntos, bajo la protección de la familia Mendoza. Finalmente, en 1467 la Liga de Nobles se apodera de Segovia, lugar donde se halla instalada la Corte e imponen a Enrique IV una serie de condiciones. Una de ellas es el confinamiento en el Castillo de Alaejos de la reina doña Juana, quedando la pequeña apartada de su madre.

Un año mas tarde, su padre firma un documento en Cadalso de los Vidrios, mediante el cual reconoce a su hermanastra Isabel como la legítima aspirante al trono, quedando la princesa Juana de esta forma desheredada. Documento que es ratificado oficialmente el 19 de septiembre mediante el Pacto de los Toros de Guisando de 1468, donde llega a un acuerdo con sus adversarios en su afán de evitar la guerra civil. Enrique IV deshereda públicamente de nuevo a Juana, al reconocer que su matrimonio  con Juana de Portugal no es válido, e Isabel, al negarse a tomar el título de reina, es reconocida como heredera suya y recibe el título de princesa de Asturias. A partir de ahora Isabel firmará como “Yo la princesa” y se convierte en un personaje público que con un gran tacto, solo reclama aquello que se ha reconocido, pero nunca deja entrever sus pensamientos.

El 19 de octubre de 1469, la infanta Isabel, desoyendo las consignas de su hermanastro se casa con Fernando de Aragón. El compromiso de Isabel con Fernando, que ya ostenta el de rey de Sicilia, es seguro desde el 7 de enero de 1469, en que este firma un protocolo, ratificado en Cervera en marzo de ese año, con unas capitulaciones matrimoniales que establecen, entre otros acuerdos, que las futuras decisiones se tomarían en común y los decretos llevarían la firma de ambos, aunque la reina propietaria de la corona será ella. Tomada esta decisión, se mantiene en secreto durante un tiempo, ya que significa la ruptura con Enrique IV y sus partidarios.


Isabel la Católica.

El 8 de septiembre de 1469, Isabel escribe al rey justificando la decisión tomada y este, mediante la Declaración de Valdelozoya, revoca el Pacto de los Toros de Guisando siendo  Juana  nuevamente declarada como su sucesora y heredera al trono. El arzobispo de Toledo celebra el enlace de Isabel y Fernando en presencia de unos pocos familiares y nobles, junto con el almirante de Castilla, abuelo del contrayente. Los novios, primos en segundo grado, necesitaban un permiso papal para que el enlace fuese canónicamente válido. El arzobispo Carrillo dio lectura a una bula de 1464 falsificada, sabedor que, si las cosas salían bien, ya se regularizaría la situación, como así sucedió. El papel del arzobispo Carillo fue determinante y con ello esperaba convertirse en el principal consejero de los futuros reyes y auténtico señor del reino, cosa que no sucedió en absoluto.

Enrique IV y su hermana Isabel no se reconcilian hasta el año 1473, falleciendo Enrique IV el 11 de diciembre de 1474, al parecer envenenado con arsénico. Isabel se hace proclamar reina propietaria de Castilla, en presencia del pueblo, pero sin la de un grande, ni de su marido Fernando, ausente por haber acudido en ayuda de su padre. Una vez más, la intrepidez de Isabel ganó la primera baza en la difícil partida que se presentaba. La decisión de proclamarse reina sorprendió a todo el mundo, incluso a su propio esposo, que quedaba reducido al papel de rey consorte; cosa que no le gustaba en absoluto. Isabel tenía claro que la transmisión de la corona no era discutible en contra del parecer de muchos magnates que hubiesen preferido un debate sobre esta cuestión con los principales personajes del reino.

Inmediatamente surgió la división y la guerra civil, por un lado un sector de la alta nobleza apoyó a Juana y buscó apoyo en Francia y Portugal mientras que otro sector nobiliario y la mayor parte de la burguesía urbana apoyaron a Isabel. En el conjunto del reino se producen situaciones diversas, que van desde la mas absoluta fidelidad a los nuevos monarcas en el Pais Vasco, Murcia y, en general en toda Castilla y León, excepción hecha de Zamora, que en la primavera de 1475 se decantará por Juana, a la hostilidad de Galicia y a las dudas de Extremadura y Andalucía en tomar partido.

A estas complicaciones se suman las que añade Fernando, descontento de cómo se ha realizado la proclamación, relegándolo a la mera figura de rey consorte. Las discusiones con su esposa son ásperas, alegando que él es el heredero varón más próximo de la familia Trastámara, aunque en Castilla no se aplica la Ley Sálica. Finalmente, Fernando se deja convencer y acepta una fórmula de compromiso que será conocida como la Concordia de Segovia. En ella aparece de nuevo Isabel como la única “propietaria” del reino, mientras que a Fernando se le dan seguridades de que es algo más que un simple príncipe consorte, recibiendo el título de rey, que su nombre aparecerá en todos los documentos oficiales antes del de la reina y que, entre otras cosas, la justicia se hará en nombre de los dos. La realidad es que Isabel no cede ninguno de sus derechos y Fernando recibe plenos poderes. A partir de entonces los asuntos internos eran competencia de Isabel, mientras que la diplomacia y la política exterior eran incumbencia de Fernando.

Mientras, los partidarios de Juana han perdido mucho tiempo e incluso la iniciativa, aunque siguen siendo fuertes en plazas tan diversas como: Zamora, Ciudad Real, Jaén, Carmona, Salamanca, Burgos y Sevilla. A la cabeza de este grupo se encuentra el nuevo marqués de Villena, Diego López Pacheco, que ostenta la guardia y custodia de la princesa Juana que ha vivido custodiada desde 1465 hasta 1475 por la nobleza, que tenía en ella un valioso rehén. Casada a los ocho años, por conveniencias políticas, con el Duque de Guiena, hermano de Luis XI, tras la proclamación de Isabel como reina, comprendiendo los defensores de Juana que sus fuerzas eran inferiores a las de Isabel, pidieron al rey portugués Alfonso V que defendiera el derecho de su sobrina Juana, y le propusieron que se casara con ésta, con lo que vendría a ser también rey de Castilla.

Surge así, nuevamente, un conflicto entre nobleza y monarquía que únicamente podía terminar en guerra civil. Ya no se discutía si la princesa Juana era hija legítima o no; para los nobles aquello siempre había sido un pretexto. Lo que se dirimía en esta operación era saber si la nobleza podía participar en el gobierno en igualdad de condiciones que el monarca. En ambos bandos hubo cambios de lealtades, unas motivadas por simples envidias personales, otras porque algunos de los que habían apoyado a Isabel se dieron cuenta de que no la podían dominar como habían pensado en un principio, cuando solo le interesaban debilitar a Enrique IV.

Aceptó Alfonso la propuesta y exigió a Isabel y Fernando que renunciaran a la corona en favor de Juana si querían evitar las consecuencias de la guerra. El 12 de mayo de 1475 Juana se casa en Plasencia con su tío Alfonso, rey de Portugal. Cuenta con doce años y por tanto envía mensajeros a Roma para obtener la dispensa papal por el matrimonio consanguíneo. Inmediatamente se titulan como Reyes de Castilla y envían cartas a las ciudades del reino dando cuenta del hecho. Así mismo Juana intenta evitar la posible guerra civil, proponiendo que el voto nacional resolviera la cuestión del mejor derecho. He aquí sus palabras, tomadas de la carta o manifiesto que dirigió a las ciudades y villas del reino: “Luego por los tres estados de estos dichos mis reinos, e por personas escogidas dellos de buena fama e conciencia que sean sin sospecha, se vea libre e determine por justicia a quien estos dichos mis reinos pertenecen; porque se excusen todos rigores e rompimientos de guerra”. De nada sirvieron estos buenos deseos. Fernando e Isabel hicieron preparativos para rechazar por la fuerza al portugués.


Toro

En Toro instala Juana la Corte y Fernando de Aragón, se presenta allí, donde es fácilmente rechazado. Pero los soldados castellanos al servicio de Juana sirven a disgusto bajo banderas portuguesas. Los nobles afines bastante tienen con aguantar las acometidas de los partidarios de Isabel en sus territorios y los nobles portugueses lamentan no poder volver a Portugal a defender su país, asolado por las continuas incursiones de contingentes extremeños y andaluces. El conflicto se generaliza y Juana y Alfonso consiguen una alianza con Francia, mientras que Aragón apoya claramente a Fernando e Isabel. Finalmente, el 20 de octubre se rinden los últimos defensores del Castillo de Toro. Juana y Alfonso regresan a Portugal, y buscan la ayuda del monarca francés Luis XI, quien parece aceptar como hecho consumado la victoria de Isabel y Fernando. Por otra parte, Sixto IV revoca la dispensa del matrimonio entre Juana y Alfonso. El Papa sucumbe a las presiones y sobornos dictadas por sus adversarios. De esta forma al ex-monarca portugués no se le permite terminar sus días junto a su joven esposa, como es su deseo.

La guerra civil entre los partidarios de Juana y de Isabel culmina con la derrota de aquélla. Los nobles gallegos son fuertemente castigados, en lo que el cronista de la corte de Castilla, Jerónimo de Zúñiga, define como el proceso de “doma y castración del Reino de Galicia”. Aproximadamente 2000 aristócratas son expulsados de Galicia y un buen número ajusticiados. A partir de entonces la nobleza gallega se fue a servir y a morar en Castilla (no debemos olvidar que quien ostenta hoy los mas ilustres títulos nobiliarios gallegos como son los Condados de Andrade, de Villalba, de Lemos, de Monterrey y de Salvatierra es la actual Duquesa de Alba).

En Septiembre de 1479 se firmo la paz que terminó con la guerra de sucesión de Castilla, tratado que se llamó de «las Tercerías de Moura». Se abre entonces un período de amistad entre los reinos peninsulares. A Juana los vencedores le dan seis meses de plazo para elegir entre unirse en matrimonio al hijo de Isabel y Fernando (el príncipe Juan nacido en 1478), siempre y cuando éste alcance la mayoría de edad y no ponga reparos a la posible boda, si los pusiera se compensaría a Juana con 100.000 ducados y la ceremonia no se realizaría, o ingresar en un convento. Ella, que hasta ahora ha sido protagonista muda de toda una serie de ambiciones cortesanas y nobiliarias que la han utilizado sin consultar con su persona, nuevamente es prisionera de las circunstancias, y a los diecisiete años, antes de verse custodiada durante trece años en espera de esta hipotética boda, elige el convento. En noviembre de 1479, inicia el noviciado en las clarisas de Coimbra y un año después pronuncia los votos definitivos, siempre bajo la atenta mirada de fray Hernando de Talavera, al que Isabel le había encomendado la misión de que ningún defecto de forma pudiera con el tiempo anular esos votos.

La reina no debia tener mucha confianza en que Juana cumpla con los votos, ni que Portugal la custodie lo suficiente, por lo que logra del pontífice Alejandro VI, una bula por la que se prohibe toda salida de Juana del convento de Coimbra. No suficiente con esto, Isabel pedirá a los nuevos reyes de Portugal, primero Juan II y después Manuel I que vuelvan a confirmas las cláusulas del tratado de 1479 por el que Juana no debe salir del convento bajo ningún pretexto.

A pesar de ejercer como religiosa, recibe una petición de matrimonio de parte de Francisco Febo, hijo de Gastón de Foix y Magdalena de Francia, hermana del monarca francés, propuesta que la muerte de Francisco Febo da al traste con el proyecto y en 1504, tras la muerte de Isabel la Católica, vuelve a recibir una nueva propuesta matrimonial, esta vez de Fernando el Católico. Tras quedarse viudo, Fernando intenta así contrarrestar la influencia que Felipe el Hermoso recibe por parte de los castellanos. Pero Juana ni siquiera toma en consideración la propuesta.

Juana de Trastámara.

La realidad fue menos cruel para Juana que lo que deseaba Isabel, ya que salió de la cláusura en varias ocasiones rodeada de una pequeña corte. Ya en octubre de 1480 el rey Alfonso V, un año antes de su muerte, le había concedido el título de infanta portuguesa, precisamente a aquella que en el papel había sido su esposa. Desde entonces recibió el tratamiento de Excelente Señora, aunque ella hasta su muerte en 1530, seguiría considerándose reina de Castilla y rubricaba sus documentos con: Yo, la Reina. Sus restos mortales se hallan actualmente desaparecidos, (como consecuencia del terremoto de Lisboa),  por lo que resulta imposible la realización de una muestra de su  ADN para demostrar su ascendencia.

La supuesta bastardía de Juana queda muy lejos conforme se van desarrollando los acontecimientos, cada vez está más claro que fue una simple excusa para buscar, primero, debilitar a un rey de por sí ya débil y enfermizo, que nunca reconoció que Juana fuera bastarda, aunque su carácter le llevó siempre a intentar evitar cualquier conflicto. En la vida de Juana siempre prevalecieron los intereses y las mentiras en beneficio de unos u otros. Beltrán de la Cueva, el pretendido padre adulterino, apoyó la causa de Isabel la Católica en contra no sólo de su supuesta hija, sino también de la fidelidad debida a Enrique IV y a su mujer, que lo habían colmado de favores. Además, se casó tres veces y no tuvo descendencia con ninguna de sus tres mujeres. Aun así, a nadie se le ocurrió decir que fuera impotente o estéril y ha persistido hasta nuestros días la afirmación, o la sospecha, de que en verdad fuera el padre de la princesa. Para la familia real portuguesa, Juana fue siempre legítima y por eso recibió el título de infanta y, desde el punto de vista estrictamente jurídico, Isabel fue inicialmente una usurpadora. Pero la habilidad diplomática de Isabel, al no atacar nunca la autoridad de su hermano y proclamarse reina antes de tiempo como querían algunos de sus partidarios, la hicieron merecedora de la confianza de aquellos que deseaban poner coto a las inacabables ambiciones nobiliarias, crecidas con la instauración de la dinastía Trastámara.


Detalle del fresco de la Iglesia de Santa María en Coimbra, que muestra a Juana "La Excelente Señora".












Fuentes:SusaMartín,Wikipedia,www.mcnbiografias.com; Foro de historia histoconocer.

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