miércoles, 23 de febrero de 2011

Reivindicando la igualdad salarial






El 22 de Febrero hemos conmemorado el Día por la Igualdad Salarial entre Mujeres y Hombres. Durante dicha celebración hemos puesto la mirada en las diferencias salariales entre hombres y mujeres que designan la desigualdad promedio que existe entre los ingresos por hora de hombres y mujeres en todos los sectores de la economía.

Por término medio, las mujeres de toda Europa ganan alrededor de un 17.8% menos que los hombres, y en algunos países las diferencias salariales entre hombres y mujeres están aumentando. Estas diferencias también tienen un impacto importante en los ingresos de por vida y en las pensiones de las mujeres. Tener un salario más bajo significa disponer de una pensión más baja, y esto genera un mayor riesgo de pobreza y vulnerabilidad para mujeres mayores.

Frecuentemente las mujeres ganan menos que los hombres haciendo trabajos de igual valor. Una de las causas hay que buscarla en la manera en que se valoran las competencias de las mujeres en comparación con las de los hombres. Trabajos que requieren las mismas capacidades, cualificaciones o experiencia tienden a ser mal pagados e infravalorados cuando quienes los realizan son predominantemente mujeres y no hombres. Por ejemplo, en un supermercado las cajeras suelen ganar menos que los empleados (en su mayoría hombres) dedicados a apilar estantes y a realizar otras tareas que requieren más esfuerzo físico.

Además la evaluación del rendimiento, y por lo tanto el nivel salarial y el desarrollo de la carrera profesional, también podrían tener una tendencia a favor de los hombres. Por ejemplo, en lugares donde el nivel de cualificación de hombres y mujeres es idéntico, se le puede atribuir más valor a una responsabilidad que tenga que ver con capital que a una que tenga que ver con personas. Mi propia experiencia como trabajadora social en la administración pública es un claro ejemplo de ello. Compañeros con un mismo nivel y grupo profesional, dedicados a tareas en el ámbito del urbanismo percibían, gracias a la valoración de su puesto de trabajo, un salario superior al de quienes – en su mayoría mujeres- nos dedicábamos al ámbito social.

La segregación está frecuentemente ligada a tradiciones y estereotipos; claro que hay elección personal, pero las tradiciones y estereotipos pueden condicionar, por ejemplo, la elección de las carreras profesionales que las chicas y mujeres desarrollen. Así, mientras que el 55% de los estudiantes universitarios son mujeres, éstas representan una minoría en campos como matemáticas, computación e ingeniería, o que sólo 8,4 de cada 1.000 mujeres entre 20 y 29 años son licenciadas en matemáticas, ciencia y tecnología, en comparación con 17,6 hombres.

Por lo tanto, hay menos mujeres que trabajan en empleos científicos y técnicos. En muchos casos esto hace que las mujeres trabajen en sectores menos valorados y peor pagados, de manera que fruto de estas tradiciones y estereotipos, se espera que las mujeres reduzcan sus horas de trabajo o abandonen el mercado laboral para atender a personas dependientes.


Si bien la brecha salarial entre sexos se sigue estrechando en el mundo empresarial, todavía existe la sensación de que las mujeres no pueden avanzar tanto como sus homólogos masculinos. M. Bertrand, profesora en la Universidad de Chicago y dos colegas de la Universidad de Harvard  identifican tres razones que explican la enorme desigualdad salarial entre ambos sexos: diferencias en la formación antes de obtener el MBA; diferencias en cuanto al número de interrupciones profesionales; y diferencias en horas semanales. La gran diferencia salarial entre ambos sexos en los años posteriores a la realización del master vendría determinada por tanto por estos tres factores en una gran cantidad de los casos. Así, los ingresos económicos entre hombres y mujeres cobran distancia con el paso del tiempo. Al principio de sus carreras, tanto mujeres como hombres titulados perciben prácticamente los mismos salarios. Pero los hombres adquieren una ventaja de ingresos anuales de 30 puntos cinco años después de terminar el MBA y casi 60, entre los diez y los 16 años siguientes a concluirlo.

Otro dato a destacar es que el porcentaje de mujeres con master que no trabajan también es considerablemente mayor en la década siguiente a terminarlo,  con un 13% de ellas que no trabajan en absoluto nueve años después de terminar el master, frente al 1% de los hombres. Las madres parecen elegir los trabajos que son compatibles con la familia y evitar aquellos con largos horarios y mayores posibilidades de crecimiento profesional. Muchas madres, sobre todo aquellas cuyos cónyuges están bien posicionados, deciden trabajar menos en los años siguientes a tener su primer hijo.

Además, las mujeres interrumpen más veces su carrera y trabajan menos horas. Las mujeres con hijos suelen trabajar un 24% menos de horas semanales que la media de hombres; mientras que las mujeres sin hijos solo trabajan un 3,3% menos de horas. Y como ejemplo, aproximadamente diez años después de terminar su formación, la experiencia laboral real de los hombres y las mujeres difiere aproximadamente en seis meses; las mujeres trabajan 52 horas a la semana y los hombres, 58.

Por todo ello es necesario seguir reivindicando un año mas, una vez mas, la igualdad de salarios y la eliminación de los obstáculos que a lo largo del camino de la educación de hombres y mujeres van abonando el terreno para que dicha desigualdad siga manteniéndose.




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