domingo, 22 de enero de 2012

María Moliner Ruiz. Las palabras de una vida.

Lexicógrafa aragonesa, pertenece al grupo de las pioneras universitarias. Escribió las más de 3000 páginas de su diccionario pertrechada con "una lápiz y una goma, dos atriles y una máquina de escribir portátil" y sirviéndose únicamente del Diccionario de la Real Academia en su edición de 1956, del Diccionario Ideológico de J. Casares y del Breve Diccionario Etimológico de Corominas. Pero, sobre todo, apoyándose en infinitas dosis de sentido lingüístico y -tan importante como éste- de sentido común.





María Moliner nació en Paniza (Zaragoza) el 30 de marzo de 1900 en el seno del matrimonio formado por Enrique Moliner Sanz, médico rural, y Matilde Ruiz Lanaja. Era un ambiente familiar acomodado en el que los tres hijos que superaron los entonces frágiles años de la infancia —Enrique, María y Matilde— cursaron estudios superiores. En 1902, según testimonio de la propia María Moliner, padres e hijos se trasladaron a Almazán (Soria) y casi inmediatamente, a Madrid.

Los primeros exámenes del bachillerato los hizo como alumna libre en el Instituto General y Técnico Cardenal Cisneros de Madrid (entre 1910 y 1915). En julio de 1915 pasa al Instituto General y Técnico de Zaragoza, del que fue alumna oficial a partir de 1917 y donde concluyó el bachillerato en 1918. Entre 1918 y 1921 cursó la Licenciatura de Filosofía y Letras en la universidad de Zaragoza (sección de Historia) obteniendo sobresaliente y Premio Extraordinario.  


Documento de María en la Facultad de Zaragoza





María con uno de sus hermanos

Al abandonar su padre a la familia en un viaje a Buenos Aires, Moliner comienza a ganarse la vida dando clases de latín, matemáticas e historia a su compañeros de estudio y en 1922 ingresó por oposición en el Cuerpo Facultativo de Archiveros, Bibliotecarios y Arqueólogos, teniendo como primer destino el Archivo de Simancas.  Ella y Clara Campoamor fueron las primeras funcionarias de España.

Tras una breve estancia en Simancas, María Moliner pasa al Archivo de la Delegación de Hacienda de Murcia. Será en esa ciudad donde conocerá al que fue su marido, D. Fernando Ramón y Ferrando, catedrático de Física, librepensador, lector de Voltaire, los enciclopedistas… y definido como un radical de izquierdas. 

La pareja contrae matrimonio en Sagunto, el 5 de agosto de 1925. A principios de los años treinta, la familia se traslada a Valencia, Fernando, a la Facultad de Ciencias; María, al Archivo de la Delegación de Hacienda de esa ciudad. La etapa valenciana cubre el período de su mayor plenitud vital y en ella se produce el nacimiento y la crianza de sus dos hijos pequeños, continua desarrollando su vida profesional, y, sobre todo, comienza su participación en las empresas culturales que nacen con el espíritu de la II República. 

En primer lugar hay que destacar su colaboración en la Escuela Cossío, inspirada claramente en la Institución Libre de Enseñanza. María Moliner enseñó en ella Literatura y Gramática, y, además, formó parte de su Consejo Director, como vocal, y de la Asociación de Amigos para su apoyo, como secretaria.

Prestó asimismo, su colaboración entusiasta a las Misiones Pedagógicas de la República, ocupándose de la  organización de las bibliotecas rurales. De hecho, escribió unas Instrucciones para el servicio de pequeñas bibliotecas que se publicaron sin nombre de autor en Valencia en 1937. Estas indicaciones fueron muy apreciadas, tanto en España como en el extranjero y su presentación preliminar —«A los bibliotecarios rurales»— constituye una pieza conmovedora y un testimonio fehaciente de la fe de la autora en la cultura como vehículo para la regeneración de la sociedad.


En esta etapa de su vida ocupó puestos importantes de responsabilidad en el terreno de la organización de las bibliotecas populares. En 1935, en el II Congreso Internacional de Bibliotecas y Bibliografía presentó una comunicación con el título «Bibliotecas rurales y redes de bibliotecas en España».

En septiembre de 1936 fue llamada por el rector de la Universidad de Valencia para dirigir la Biblioteca universitaria, y poco después a sus 37 años, en plena guerra civil, se pudo dedicar en la retaguardia, a su trabajo como bibliotecaria haciendo llegar los libros a la mayor cantidad de lectores posibles, a los pueblos, a los frentes de batalla y al extranjero. 

Como directora de la biblioteca de la Universidad de Valencia dio empleo a algún insigne refugiado y se entrega  de lleno a la dirección de la Oficina de Adquisición y Cambio Internacional de Publicaciones y para trabajar como vocal de la Sección de Bibliotecas del Consejo Central de Archivos, Bibliotecas y Tesoro Artístico. El gobierno republicano en guerra la toma como figura clave de su política bibliotecaria, pero el franquismo frenará su carrera.

La lucidez y capacidad organizativa de María van a quedar plasmadas en las directrices que redacta como Proyecto de Plan de Bibliotecas del Estado, las cuales se publicarán a principios de 1939.


María con su marido en Valencia
Al término de la guerra civil tanto María como su marido y amigos sufren represalias políticas. Muchos de ellos se exilian. Fernando es suspendido de empleo y sueldo, trasladado a Murcia (1944-1946) y rehabilitado en Salamanca a partir de 1946, donde permanecerá hasta su jubilación en 1962.  Por su parte, María es depurada y sufre la pérdida de 18 puestos en el escalafón del Cuerpo Facultativo de Archiveros y Bibliotecarios, aunque los recuperará en 1958. En 1946 pasará a dirigir la biblioteca de la E. T. Superior de Ingenieros Industriales de Madrid hasta su jubilación, en 1970.

En esta nueva etapa de su vida, particularmente cuando se instala en Madrid, criados ya sus hijos y separada físicamente de su marido una buena parte de la semana, María encontrará el tiempo para dedicarse a su interés intelectual más profundo: la pasión por las palabras. Será entonces cuando a partir de un Learner`s Dictionary, comience, hacia 1950, el Diccionario de uso del español que publicará la Editorial Gredos entre los años 1966 y 1967 en 2 volúmenes. 

María escribió las más de 3000 páginas de su diccionario pertrechada con "una lápiz y una goma, dos atriles y una máquina de escribir portátil" y sirviéndose únicamente del Diccionario de la Real Academia en su edición de 1956, del Diccionario Ideológico de J. Casares y del Breve Diccionario Etimológico de Corominas. Pero, sobre todo, apoyándose en infinitas dosis de sentido lingüístico y -tan importante como éste- de sentido común, armada, además, como pretendemos demostrar aquí, de un finísimo tacto social y de una notoria sensibilidad humana que quizá debamos a su condición femenina - así lo cree Umbral (1981) - o quizá a la formación humanística que le aportó su contacto con la Institución Libre de Enseñanza.

El diccionario, que en principio tenía previsto acabar en un máximo de dos años, supuso un enorme trabajo que se dilató más de quince, hasta que en 1966 la Editorial Gredos publicó su primer tomo, sacando a la venta el segundo al año siguiente. Desde ese momento, María empezó a trabajar en su actualización, que no llegó a completar.






El DUE apareció en 1967. Los últimos años en su elaboración habían sido ciertamente los más duros. María Moliner seguía compaginando su trabajo como Directora de la Biblioteca de la Escuela de Ingenieros Industriales y sus desvelos familiares con el tremendo esfuerzo intelectual que la reelaboración definitiva y ordenación coherente de todo el material acopiado requería, palabra por palabra, de la A a la Z, cada día más despacio. Fernando Ramón Ferrando se había jubilado, en la Universidad de Salamanca, en 1962. Ella acudió a su "lección magistral" ("Base física de la mente humana"), frente a un numeroso público, en el famoso Paraninfo. Desde entonces, se convirtió en su asiduo compañero, erigiéndose en celoso guardián de su actividad frente a cualquier distracción inoportuna; en Madrid y, en los meses de verano, en "La Pobla", una pequeña finca de su propiedad (desde 1941), en Montroig, el pueblo de Fernando, en Tarragona.

En La Pobla atendía, todos los veranos, a todos su familia, cada vez más numerosa. Su hijo Enrique y familia acudía desde Washington y, más tarde, desde Québec. Su hijo Fernando desde Madrid. Su hija Carmina, también, desde Madrid y , por unos años, desde Ginebra, y su hijo Pedro, desde San Sebastián y, posteriormente, desde Barcelona. Ella se levantaba con el sol y trabajaba hasta la hora de comer. Dormía una siesta ligera y volvía a trabajar, hasta la hora de cenar. Nunca trabajó de noche.

Su diccionario se diferenciaba del de la Real Academia Española en que no dictaba normas de uso de la lengua, no era un diccionario normativo, sino que recogía el uso que al hablar hacemos del idioma. En el, además de las definiciones, doña María explicaba incluso con ejemplos y frases completas, cómo se utilizan las preposiciones, los verbos, qué adjetivos se aplican a un sustantivo, cómo se combinan éstos y en qué contextos y situaciones se usa cada palabra o frase. Por ejemplo, la ensalada se puede "aderezar, aliñar, arreglar o componer". 








Ella decide romper con el estilo dieciochesco de la RAE, que se había hecho hábito en los lexicógrafos sumisos al modelo académico. No solo evita la definición circular, para lo cual inventa una minuciosa jerarquización lógica de los conceptos, sino que desmonta una por una todas las definiciones de la Academia y las vuelve a redactar en español del siglo xx, dándoles, en muchos casos, una precisión que les faltaba y desdoblándolas a menudo en nuevas acepciones y subacepciones que recogen matices relevantes. Con ello logra un análisis de los contenidos bastante más completo que el de los diccionarios corrientes, incluido el de la Academia. Hay que mencionar también la abundancia de ejemplos inventados que ilustran las definiciones: punto este con demasiada frecuencia olvidado en nuestros diccionarios. María Moliner, siempre guiada por un espíritu innovador, introdujo una auténtica revolución en la ordenación alfabética al considerar las letras dobles (CH y LL) como simples (C seguida de H, L seguida de L), decisión que la RAE no adoptó hasta 1994.







María Moliner rompió con la tradición de definir los términos a partir de sinónimos y de frases oscuras y estereotipadas del estilo de: "dícese de" o "acción y efecto de". Ella marcó su propio estilo basándose en explicaciones claras, sin sinónimos, con un vocabulario sencillo, fácil de entender. No se olvidó de incluir en su obra los préstamos de otras lenguas que usamos tan asiduamente y que se incorporan al habla aunque en aquella época no habían sido admitidos por la Real Academia, como por ejemplo: "emergencia", "control" o "test". En este aspecto, como en otros muchos, doña María fue una auténtica pionera.

Abordó algunos aspectos relativos al tratamiento de las cuestiones de género en los lemas y en sus definiciones y aquí, el principal escollo con que se encontró a la hora de decidir la definición de los términos con referente sexuado fue la actitud decididamente excluyente del diccionario académico. La mayoría de estos lemas (especialmente los de profesiones u oficios) se encontraban en el DRAE de 1956 únicamente bajo su forma masculina. No sabemos si la lexicógrafa aragonesa cayó en la cuenta de este problema y si entraba o no en sus cálculos una reorganización completa de los lemas con discriminación de género, pero el caso es que existen numerosos ejemplos de la sustitución del hiperónimo ‘hombre’ o la expresión ‘el que’ o ‘artesano que’, etc. por el término ‘persona’, mucho menos ambiguo en su extensión, adelantándose en varias décadas a las opiniones de la mayoría de los diccionarios actuales.

Encontramos, finalmente, algunos casos destacables en los que María Moliner se atrevió a enmendarle la plana a la Academia e introducir un desdoblamiento de género en profesiones u oficios que el DRAE de 1956 consideraba como únicamente masculinos, aunque añadiera cautelosamente una o varias acepciones únicamente masculinas, seguramente pensando en la realidad social de su época.

Una de las novedades introducidas por María Moliner en los lemas relacionados con las cuestiones de género es la supresión de muchas acepciones del diccionario corporativo que definían la forma femenina de ciertos lemas como ‘mujer de’. Y del mismo modo cabe destacar la sensibilidad especial demostrada al eliminar de su diccionario algunos de los muchos términos vejatorios hacia la mujer que contenía – y todavía contiene – el DRAE, como por ejemplo las reiteradas remisiones a ‘ramera’ como sinónimo de ‘prostituta’, con 44 apariciones de la palabra en su edición de 1992!, todo ello después de las peticiones elevadas a la institución en el sentido de que procure eliminar del diccionario las palabras que resulten innecesariamente ofensivas, como es este caso. Así, el término ‘ramera’ aparece solamente en el María Moliner en cuatro ocasiones (lujuria, prostituta, ramería, ramo), y en todas, excepto en ‘ramería’, no en el cuerpo de la definición sino en la lista de las familias de palabras, mientras que ha sido eliminada en el resto de las 40 entradas.


" Todo el contenido del diccionario está en un único orden alfabético en el que se encuentra en los artículos correspondientes lo mismo el significado de las abreviaturas y de los términos usados en el mismo diccionario con un valor específico que la manera de despedirse o el uso del gerundio".

En 1967, su hijo Fernando, con su familia, emigró a Londres. Sólo quedaron en Madrid, con los "abuelos", su hija Carmina y familia; aunque María siempre se sintió acompañada de su hermana Matilde, que vivía en Las Rozas. En 1968 se le presentaron a su marido unas complicaciones en la vista que acabaron por dejarlo ciego, tenía ya 76 años. Entonces la vida de María consistió, de hecho, en cuidar de Fernando.




Tras la publicación del diccionario, su vida adquirió mayor relieve. Las revistas especializadas consideraron el diccionario como una pieza lexicográfica excepcional. Filólogos y lingüistas de renombre, como Emilio Lorenzo y Colin Smith, elogiaron el diccionario como un libro extraordinario en su género, radicalmente nuevo, de los que sólo se dan una vez en el siglo. Fueron también numerosos los escritores que lo alabaron, como García Márquez.

La fama del Diccionario crecía a tal extremo que los académicos Rafael Lapesa y Dámaso Alonso se atrevieron a presentar la candidatura de María Moliner a un sillón vacante, en la Real Academia Española. Su candidatura fue apoyada por algunas escritoras como Carmen Conde y por el académico Rafael Lapesa, Sencilla y elegante, cuando la propusieron para la Academia quedó tan aturdida que exclamó: “Y, ¿de qué puedo hablar yo, en un discurso de admisión, si en toda mi vida no he hecho más que coser calcetines?”.

Finalmente no fue elegida. Doña María se sintió aliviada: "mi salud no me hubiera permitido contribuir con mi trabajo a las tareas de la Academia, como esperaban de mí,...." El asunto obtuvo mucha cobertura en prensa, ya que de haber obtenido el sillón, se habría convertido en la primera mujer académica en los doscientos años de historia de la Real Academia.

Como todos los años, al verano siguiente, en 1973, María reunió a toda su familia en La Pobla. Pero ya no era la mujer fuerte y animosa de siempre. Le falló la cabeza: una tarde, en el jardín, perdió completamente el sentido, y no lo recuperó hasta el día siguiente. A primeros de septiembre de 1974, su hijo Fernando los llevó a Madrid. A los pocos días (4.9.1974), murió su marido. Ya no volvió a mencionarlo nunca más.

Años después no quiso optar de nuevo al sillón a causa de su enfermedad, una arteriosclerosis cerebral que la privó de su lucidez desde 1975 hasta su fallecimiento, el 22 de enero de 1981.





Entre los diccionarios españoles de lengua o usuales, el de Moliner es el intento renovador más ambicioso que se ha producido en nuestro siglo, y es que en él, la intuición y la tenacidad tuvieron que llenar el vacío de una tradición previa que hubiera allanado el camino. Y en el, la lexicógrafa aragonesa fue sensible a los temas de la mujer, especialmente a la discriminación latente en muchas definiciones académicas. 




Fuentes: Esther Forgas Berdet, Universidad Rovira i Virgili; Fernando Ramón Moliner; Wikipedia

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