Madame de Staël fue una de las mujeres más influyentes de su tiempo. Heredera de los enciclopedistas, divulgadora del romanticismo alemán en Francia, es autora de novelas cosmopolitas, turísticas y sentimentales que hicieron época y precursora feminista. Sus obras completas ocupan diecisiete tomos incluyendo su abultada correspondencia.
Anne-Louise Germaine Necker, nació en París el 22
abril de 1766, hija del financiero Jacques Necker, nacido en Ginebra, y
de Suzanne Curchod, suiza del cantón de Vaud. Su padre era ministro de Luis XVI, puesto del que fue destituido en una primera ocasión
por haberse atrevido a denunciar el despilfarro de la Corte; más tarde volverá
a ser llamado por el monarca para intentar recuperar el estado de la enfermiza
economía francesa, pero ya era demasiado tarde. Educada en latín, griego, retórica y literatura, se
movia a sus anchas entre políticos, filósofos y escritores de toda Europa y desde niña
participó en el salón literario de su madre, midiendo su talento con Diderot,
D’Alembert, Buffon o Madame du Deffand. Gran oradora que destacaba con su
inteligencia, autores como Schiller decía de ella que “la agilidad tan fuera de
lo común de su lengua” le había obligado a él a ser un puro órgano auditivo.
En el salón de su madre se puso
en contacto con los principales representantes de las nuevas ideas liberales en
política, en literatura y en la vida social. A los trece años
escribió un resumen del Espíritu de las leyes de Montesquieu.
En 1786 contrajo matrimonio con el barón de Staël-Holstein embajador suizo en
Francia, con quien tuvo tres hijos. Sabedora
de que el barón de Staël suponía un impedimento para la consecución de su
felicidad –además de
que el matrimonio fue casi una imposición de los padres de esta– mantuvo numerosas relaciones extra conyugales
en las que el propio barón nunca se inmiscuyó. Con estas palabras se refería
Madame de Staël al que fuera su primer marido: «perfectamente honesto, incapaz
de decir o hacer tonterías, mas estéril y sin nervio: si no me hace infeliz, es
porque no osa inmiscuirse en mi felicidad».
La joven que a los 20
años había escrito "Sofía o los sentimientos secretos " y las Cartas sobre las
obras de Jean-Jacques Rousseau, apoyó la primera fase de la Revolución
Francesa. Convirtió su salón de la rue
du Bac en uno de los principales centros literarios y políticos de la capital y
participó con entusiasmo en los primeros tramos
de la Revolución antes de la época del terror, abogando por una monarquía
constitucional y una legislatura bicameral. Con la protección
de la embajada ayudó a sus amigos durante el Terror y salvó a muchos de la
guillotina. Talleyrand decía que era capaz de arrojar a sus amigos al mar para
poder salvarlos.
Fue partidaria de la
Declaración de los Derechos del Hombre, de la Asamblea Constituyente y de
limitar el despotismo monárquico, pero en 1793, previendo el camino del terror
que tomaban los acontecimientos, se instala en Inglaterra, en compañía de
Narbonne, Talleyrand y Montmorency. A este desencanto se sumó otro aún
si cabe mayor: su lucha por mejorar los derechos de la mujer, por cuya
promoción velaba en apariencia la revolución, no hizo sino invertir el proceso:
a excepción de la reina (a quien incluso intentó librar de la guillotina
mediante la publicación de un breve escrito), los hombres continuaban ocupando
los puestos de importancia en el poder y la mujer seguía quedando relegada a
cumplir con las tareas propias del hogar.
Publica sus Reflexiones sobre el proceso
de la Reina, denunciando las injusticias cometidas contra Maria Antonieta. Viaja a Suiza (1794), donde conoció a Benjamin
Constant, escritor y político con quien, hasta 1808, sostuvo relaciones
sentimentales.
Regresa a París y reabrirá su salón parisino en 1795, unida ya sentimentalmente
a Constant. Poco faltaba para que comenzase la vorágine de un enfrentamiento
continuo con el poderoso Napoleón Bonaparte, coronado en 1799 como Primer
Cónsul de la República Francesa. Se dice que, inicialmente, el entusiasmo de Madame por Napoleón fue tan intenso,
como más tarde sería su odio. Lo cierto es que Napoleón, quien sólo soportaba a
las mujeres calladas, la detestaba, y quiso alejar de París a esta mujer
inteligente, cultivada y muy rica, con mucha influencia en los círculos
intelectuales, e involucrada en la alta política. El
emperador, cuando todavía no lo era, le dijo en una tertulia que no le gustaba
que las mujeres hablaran de política y le contestó ella: "Bien; pero
comprenderá que si a las mujeres también se les corta la cabeza, parece justo
que se pregunten por qué."
La intensidad de este desprecio mutuo es el entramado de "Diez años de
destierro". La lectura de la primera parte ofrece una idea coherente de cómo se
fraguaron las relaciones entre aquellos dos seres en los vaivenes de la
ascensión de Bonaparte, y de qué modo inevitable se produjo la caída en
desgracia de Staël y la censura de sus libros. Madame utilizará su estilete
descriptivo para realizar un retrato más que siniestro de Bonaparte: “desde
siempre su talla ha sido innoble, su alegría vulgar, su cortesía -cuando la
tenía- torpe, su modo de ser grosero y rudo, sobre todo con las mujeres”. Traza
el perfil de un manipulador sin escrúpulos, arribista, inculto, acomplejado,
cruel y cínico. “Se servía de palabras pomposas en lugar de aquellas que
hubiera deseado usar: sois unos miserables y os haré fusilar si no me
obedecéis”.
Apoyó a Constant cuando éste se opuso al autócrata (1803) y de nuevo
tuvo que volver al destierro. Tras enviudar en 1802
se casaría en segundas nupcias con Albert-Jean-Michel Rocca, un aristócrata ginebrino
que hizo la guerra de la independencia en España sirviendo como oficial del IIº
Regimiento de Húsares del Ejército Imperial de Napoleón. Se instaló en Coppet,
aunque efectuará numerosos viajes, por Alemania y Austria, se encontró con
Goethe y Schiller en Weimar, y visitó Berlín y Viena. Trasladado a Coppet su salón,
donde son habituales algunas de las figuras más importantes de su época: Madame
Recamier, Benjamin Constant, Mathieu de Montmorency, entre otras. Tras la caída de Napoleón, regresó a París,
donde abrió de nuevo su salón.
En “De la littérature” (1800) estudia la
relación entre sociedad y literatura, para concluir que el progreso de ésta
depende de la mayor o menor libertad de aquélla. Esta actitud, que contradecía,
en última instancia, la idea de autoridad, la hizo aborrecible a Bonaparte,
quien la desterró a 40 leguas de París, cuando publicó su novela Delphine
(1803), empapada de feminismo y de retórica sentimental, pero, sobre todo, de
rebeldía frente a las ideas recibidas, a la opinión pública y a las
conveniencias sociales. Esta decisión fue el origen de la prolongada enemistad
entre ella y Napoleón, a quien había pretendido acercarse en un principio.
Viaja
a Italia, donde escribe la novela “Corinne “(1807) de ambientación cosmopolita,
con intento de análisis de las psicologías nacionales y con un sentido
feminista. La protagonista es una mujer excepcional, de superior inteligencia,
que sufre por la incomprensión de su época y de la sociedad; es fácil ver que
muchos de los rasgos de la novela tienen carácter autobiográfico o de
introspección.
Estudia alemán y viaja a esa tierra donde, tras un segundo viaje
en 1807, con el propósito de estudiar el ambiente social y cultural, escribió “De
l'Allemagne”, que mandó imprimir en 1810 y que fue intervenido por Napoleón,
haciendo triturar los diez mil ejemplares que se iban a lanzar al mercado. Lo
cual no impidió que tres años más tarde fuera publicada en Londres, siendo un
gran éxito en ventas y crítica. El propio Goethe escribió sobre De l’Allemagne que «debe
considerarse como un arma poderosa que inmediatamente abrió amplia brecha en la
muralla de China de anticuados perjuicios que nos separaba de Francia, haciendo
que, por fin, allende el Rin y luego allende el canal, estuviesen más al tanto
de nosotros, con lo que salimos ganando nada menos que en poder ejercer un vivo
influjo sobre nuestro entorno del occidente europeo».
Tuvo
enorme resonancia francesa y europea, porque, en un momento de absoluta supremacía
del pensamiento francés nacido del s. XVIII y de la Revolución, llamaba la
atención sobre las características originales de una gran nación y sentaba el
derecho a pensar de maneras muy distintas, en el mismo plano de igualdad. Se
trataba menos de una novedad que de una oportuna defensa del liberalismo y de
la comprensión, en un momento en que había falta de estos criterios. Había sido
ayudada por A. W. von Schlegel para la parte literaria; y para la filosofía,
por Ch. de Villers, introductor de Kant en Francia. De las cuatro partes del
libro (costumbres, arte y literatura, filosofía, religión), la segunda es la de
mayor interés. Su juicio sobre autores como Lessing, Klopstock, Goethe,
Schiller es doblemente meritorio, por la novedad del tema y por sus escasos
conocimientos lingüísticos. Los contemporáneos, sobre todo Napoleón, vieron en
el libro un manifiesto en favor del derecho contra la fuerza y de las naciones
contra la opresión; para la generación siguiente, ha sido ante todo una
apertura de horizontes y un contacto con obras diversas, que han ayudado mucho
a la expansión del Romanticismo.
En 1812-13 viajó por Austria, Rusia e Inglaterra. Su actividad
literaria se caracteriza en su conjunto por un aspecto innovador que hace de
ella una de las iniciadoras del Romanticismo. Sus arraigados principios
liberales, su carácter firme pero afable, sus cuidados modales, su sentido del
humor y su don de gente la hacían especialmente propicia para el manejo de los
encuentros intelectuales, todos ordenados con temas generalmente prefijados y
tratados en profundidad en los que se hacía uso de la palabra por riguroso turno.
Mostró una muy especial reverencia por las libertades de las personas:
“No hay valor mayor que el respeto por la libertad individual, lo cual
constituye el principio moral supremo”. Consideraba que la tolerancia religiosa
formaba parte de la columna vertebral de la sociedad civilizada: “La intolerancia
religiosa es lo más peligroso que pueda concebirse para la convivencia
pacifica”.
En prácticamente todas sus biografías que fueron muchas (por ejemplo,
Albert Sorel, Vivian Folkenflik, John Isbell, Maurice Levaillant, David L.
Larg, P. Gautier, Wayne Andrews y Madeleyen Gutwirth) se destaca un dicho que
recorría los distintos medios de la época: “Hay tres grandes poderes en Europa:
Inglaterra, Rusia y Madame de Staël”.
Deslumbraba a sus contertulios y sus muchos amigos por su
inteligencia, su coraje y su refinamiento (por otro lado, en una carta que le
dirigió a Madame Récamier se lee que “Daría la mitad de la inteligencia que me
atribuyen por la mitad de la belleza que usted posee”). En su análisis sobre la
literatura estampa la tesis luego tan desarrollada en cuanto a que lo escrito
sobre cualquier tema es siempre material autobiográfico: “Cuando uno escribe
para dar curso a la inspiración interior que embarga el alma, uno revela en sus
escritos, aun sin quererlo, hasta los menores matices de la propia manera de
ser y de pensar:”
Conviene ilustrar el aspecto medular de sus pensamientos con sus
propias palabras a través de las siguientes cuatro citas:
- “Esta libertad [la de los antiguos] se componía más bien de la participación activa en el poder colectivo que del disfrute pacífico de la independencia individual; e incluso para asegurarse esa participación, era necesario que los ciudadanos sacrificasen la mayor parte de este disfrute.”
- “Cuando no se imponen límites a la autoridad representativa, los representantes del pueblo no son en absoluto defensores de la libertad, sino candidatos a la tiranía; y cuando la tiranía se constituye es, posiblemente, tanto más dura cuanto los tiranos son más numerosos.”
- “La soberanía del pueblo no es ilimitada; está circunscrita a los límites que le señalan la justicia y los derechos de los individuos. La voluntad de todo un pueblo no puede hacer justo lo que es injusto [...] El asentimiento popular no podrá legitimar lo que es ilegítimo, puesto que un pueblo no puede delegar una autoridad de la que carece.”
- “Los ciudadanos poseen derechos individuales independientes de toda autoridad social o política, y toda autoridad que viola esos derechos se hace ilegítima. Los derechos de los ciudadanos son la libertad individual, la libertad religiosa, la libertad de opinión en la cual interviene y está comprendida la publicidad, el disfrute de la propiedad, la garantía contra todo lo arbitrario. Ninguna autoridad puede atentar contra esos principios sin desgarrar su propio título.”
Madame de Staël pasa a la historia como la persona de más destacadas
aptitudes para reunir mentes esclarecidas y debatir cuestiones que hacen a los
fundamentos de la sociedad abierta. Sus contribuciones y su fortaleza de ánimo
aún resuenan en imaginarios salones en los que las discusiones y los
intercambios de opiniones reflejan el ansia por contener las siempre desbocadas
avalanchas del poder. Como buena liberal, Germanie Necker sostenía que las
fronteras cumplían el solo propósito de delimitar países a los efectos de
evitar la monumental concentración de poder que surgiría de un gobierno
universal.
Luego de muchas y muy variadas experiencias europeas, Madame de Staël concluyó que las acciones bélicas siempre resultaban en graves prejuicios para todas las partes involucradas. Se inclinaba a la postura al principio civilizado de actuar como “ciudadanos del mundo” cuyos únicos enemigos declarados eran los que rechazaban la libertad, en cuanto al resto, le resultaba irrelevante la nacionalidad, el color de la piel o la religión siempre que el interlocutor se basara en los valores universales del respeto recíproco.
En la biografía que
le dedicó el marqués de Villa-Urrutia en 1930, se narra su muerte en París en
1817, a los 51 años, con delicados tonos: "La antevíspera de su muerte se
hizo llevar en un sillón al jardín, y repartió, como recuerdo entre los suyos,
su puñado de rosas. En la mañana del domingo 13 de julio sintió una crisis de
opresión, a pesar de lo cual recibió varias visitas, entre ellas las del Duque
de Orleans y la de Mathieu de Montmorency, que se retiró a las once de la noche
más tranquilo. Adormitóse la enferma un par de horas, y pidió a Miss Randall,
la mujer inglesa que hacía años formaba parte de la familia y no se separaba de
su lado, que le diera opio, porque quería dormir pesadamente y profundamente.
Dióle Miss Randall la dosis acostumbrada, y el sueño se apoderó de la enferma y
de la enfermera. Despertóse ésta a las cinco, y sintió que la mano de Mme. de
Stael, que tenía ella en la suya, estaba helada y rígida."
En agosto, pocos días
después de que la reina fuera trasladada a la Conciergerie, en una imprenta
suiza apareció un breve escrito titulado: Réflexions sur le procès de la Reine
par une femme. Las reflexiones son estremecedoras. Aunque eran dos mujeres muy
distintas con destinos muy diferentes, Madame de Staël podía comprender muy
bien el ansia de libertad y de felicidad de la Reina y se compadeció de ella al
verla caída en desgracia. Su escrito fue un intento desesperado de una mujer
por defender a otra. En medio de la polémica que siempre rodea la figura de
María Antonieta, esta voz femenina representa la voz de la razón, la sensatez y
la cordura y ofrece una muestra conmovedora de piedad y de solidaridad femenina.
Madame de Staël:
Reflexiones sobre el proceso de la Reina:
“Mi intención no es en absoluto defender a la reina como lo haría un jurisconsulto (…) Así que me voy a limitar a dirigirme a la opinión, a analizar la política, a contar lo que he visto, lo que sé de la reina, y a exponer las horribles consecuencias que tendría su condena. ¡Oh, vosotras, mujeres de todos los países, de todas las clases sociales, escuchadme con la emoción que yo siento! El destino de María Antonieta reúne todo lo que puede conmover vuestro corazón: si sois felices, ella también lo ha sido; si sufrís, desde hace un año, desde hace más todavía, todas las penas de la vida vienen desgarrando su corazón; si sois sensibles, si sois madres, ella ha amado con toda la fuerza del alma, y la existencia tiene para ella todavía el precio que aún conserva mientras nos quedan seres queridos. No quiero atacar ni justificar a ningún partido político, pues temo distraer así aunque sólo sea el interés de uno de mis lectores, alejarlo de la augusta persona que voy a defender. Republicanos, constitucionalistas, aristócratas, si habéis conocido la desdicha, si alguna vez habéis apelado a la piedad ajena, si el futuro viene a vuestro pensamiento cargado de temor, uníos todos para salvarla. ¿Terminará la muerte con tan larga agonía? ¿Tan lejos puede llegar el infortunio de una criatura humana? ¡Ah! ¡Rechacemos todos el don de la vida, dejemos de existir en un mundo donde tales posibilidades se ciernen sobre el destino! Pero debo contener la profunda tristeza que me abruma; sólo querría llorar, pero hay que razonar, discutir un tema que a cada instante subleva el alma.”
Hoy, quien aspire a destacar tendrá que enfrentarse al amor propio de los demás, y le amenazarán con pasarle el rasero cada vez que suba un peldaño por encima de los demás. [...] Los acontecimientos son solo la superficie de la vida: su verdadera fuente se encuentra por entero en los sentimientos. Madame de Staël, De la influencia de las pasiones
Fuentes:
wikipedia; C. Dominguez Michael; Gabriel Gasave; A. Cioranescu
No hay comentarios:
Publicar un comentario