Una de las poetas más importantes de Argentina y de las más representativas de la generación del 60. Su poesía lírica fue una de las que marcó a las posteriores generaciones poéticas de ése país y se encargó de poner en escena lo desgarrador del silencio creativo, abriendo una puerta para las nuevas mujeres poetas.
Nace en Buenos Aires el 29 de abril de 1936. Su raigambre es ruso-judía, y ésa
es la identidad que defienden sus padres, llegados a la Argentina tras haber
permanecido algún tiempo en París, donde vive un hermano de su padre. Tenía
veintisiete años y no hablaba una palabra de castellano, lo que era el caso
asimismo de su esposa, Rejzla Bromiker, cuyo nombre pasó a ser
Rosa. Con los Pizarnik instalados en la capital argentina, llegan dos niñas:
Myriam y Flora, más tarde llamada Alejandra. La familia reside en una vivienda
en Avellaneda, mantenida gracias al negocio de venta de joyería al que se
dedica Elías. El destierro, por doloroso que parezca, es en este caso
providencial, pues el resto de la familia de origen , con excepción del
hermano del padre en París, y la hermana de la madre en Avellaneda, pereció en
el Holocausto.
La experiencia infantil de Alejandra es bastante liberal, de acuerdo con el
criterio de su progenitor. Hay quien ha descrito la infancia de Alejandra Pizarnik como triste. Recreada
en sus poemas y en sus cuentos, surge como una época solitaria, con la imagen
de una niña introvertida, y llena ya de fantasías y terrores.
Recuerdo mi niñez
Cuando yo era una anciana
Las flores morían en mis manos
recuerdo las negras mañanas de sol
cuando era niña. AP
En 1954 concluye los estudios secundarios y comienza un periodo de titubeo
académico; a medio camino entre las aulas de Filosofía de la Universidad de
Buenos Aires y las de la Escuela de Periodismo, la joven procura descubrir una
vocación literaria que le anima a seguir el catedrático de Literatura Moderna,
Juan Jacobo Bajarlía. Un año más
tarde publica su primer libro de poesías, “La tierra más ajena”. Abandona la
carrera de Letras y comienza a estudiar pintura, con Juan Battle Planas, quien
contribuyó a la evolución de sus conceptos sobre poesía, y a su modo de tratar
la distribución del texto sobre la página en blanco, como una forma, un dibujo.
En esos años se relaciona con las revistas de vanguardia y con los grupos
universitarios reformistas. Cursa Filosofía y Letras donde conoce a escritores de
su generación, a sus coetáneos, como Susana Thénon, Eduardo Romano, y Horacio
Salas y a otros escritores que serán luego reconocidos como generación
del sesenta.
En 1956, publica "La última inocencia", dedicado a León Ostrov, su analista
de muchos años y de quién, según testimonios, estuvo enamorada. La temática de
desesperación del libro está constantemente presente. Por entonces ya está muy
relacionada con poetas contemporáneos como Rubén Vela, a quien dedica el poema
“Siempre” y Clara Silva, a la que dedica, “A la espera de la oscuridad”. En
1958 publica "Las aventuras perdidas". El poema “La jaula” aparece dedicado
nuevamente a Rubén Vela y lleva un epígrafe de Georg Trakl, poeta alemán que
será uno de sus predilectos, que dice así:
Sobre negros peñascos se precipita,
embriagada de muerte,
la ardiente enamorada del viento.
Por esta época inicia su amistad con Olga Orozco, una relación que durará
hasta su muerte y que excedió la literatura. Para su amiga, su pesimismo de esos años tiene
que ver con sus fracasos amorosos y la muerte del poeta colombiano Jorge
Gaitán Durán, por quien sintió un enamoramiento profundo. Su mundo es
generalmente amargo. Una vida definida como un dolor vehemente, una absoluta
desesperación.
Cuando yo
era una niña decía siempre sí. Sí al juego, al canto, a las exigencias
familiares. Cuando tenía tres años era bellísima y sonreía. (...) Me ponían
sobre una silla y me hacían cantar. Yo cantaba. Me ordenaban silencio. Me
callaba. Me mandaban a un rincón con los juguetes rotos y polvorientos y allí
me quedaba. Hoy pienso en esa niñita y me asombra comprobar cómo trabajaron
para arruinarme. Labor perfecta. Quedó lo que tenía que quedar: un poco de
ceniza.
9 de noviembre, 1962
(Fragmento)
Entre 1960 y
1964, vivió en París donde trabajó para la revista
"Cuadernos" y algunas editoriales francesas, publicó poemas y
críticas en varios diarios, tradujo a Antonin Artaud, Henri Michaux, Aimé
Cesairé, e Yves Bonnefoy, y estudió historia de la religión y literatura
francesa en la Sorbona. Su etapa de
París la lanza a un escenario internacional, a nuevas perspectivas y a una
maduración personal que hará que pertenezcan a esta época la mayor parte de
sus poemas antológicos. Es en París donde conoce a Octavio Paz y a Julio
Cortázar, amistades que continúa hasta su muerte. Su pasión por París durará
hasta su muerte. En carta a Juan Liscano reconoce que escribe y trabaja mejor
en París:
Estoy haciendo lo posible —es
decir, lo imposible— por volver a París. Allí, a pesar del desamparo externo,
soy más feliz. Quiero decir: puedo escribir con más libertad. (Esto es tan complejo
y tan indecible).
Irse a París representó una liberación de su ambiente; de su propia patria.
Octavio Paz escribirá por entonces el prólogo a un nuevo libro suyo, Árbol de
Diana. Lee ávidamente y comenta el
proyecto de Maurice Nadeau de preparar un número de Les lettres nouvelles, dedicado
a la literatura fantástica en América Latina. Es una época también de gran
pobreza económica: apenas si sobrevive con lo que gana. En esta misma carta a
Ana María Barrenechea, cuenta de su temor constante a quedar sin empleo o sin
dinero, pero siempre con humor:
me fui del horrible empleo. Ahora
busco otro. Se ruega considerar que enviar esta carta me privará de un
almuerzo. Mentalmente me siento libre y contenta pero digestivamente vacía y
melancólica. No hablemos más del asunto: no es de pobres tratar de la pobreza.
Otra carta, ya del año 63, reitera el tema de la pobreza, pero se muestra
siempre entusiasta intelectualmente. La poesía forma parte de su estilo tan
íntimamente, que aparece en todas sus cartas en frases como éstas:
aquí se nos viene la primavera, los
paseos en el parque, por los barrios lejanos y miserables en donde se leen como
notas las persianas de las casas viejísimas, como si la calle cantara.
La última carta tiene un tono casi eufórico, aún cuando hace referencia a
sus problemas económicos:
“Yo ando mejor que nunca. Escribo, publico en las revistas de aquí, —y— lamentablemente, trabajo en sitios infames para ganarme el duro pan de cada noche”.
“Yo ando mejor que nunca. Escribo, publico en las revistas de aquí, —y— lamentablemente, trabajo en sitios infames para ganarme el duro pan de cada noche”.
No sólo está en constante contacto con la intelectualidad francesa; también
publica en SUR varios poemas durante 1963. Y colabora en otras revistas durante
esta década: Nouvelle Revue Française, Tiempo presente, Mito, Zona franca,
Mundo nuevo, Papeles de Son Armandans.
En el año 1965 regresa a Buenos Aires y aparece un nuevo libro, "Los
trabajos y las noches". Con esta obra obtiene el Primer Premio Municipal.
Corresponde a su época de plenitud, y son poemas escritos, en su mayoría, en
París. Cuando se publica "La condesa sangrienta" (1965) en la revista Testigo su
interés por el sadismo y la fascinación que ejercía sobre ella, ya eran
evidentes.
En “Cuarto solo” aparece nuevamente el tema de las fisuras, las
desgarraduras, formando rostros, manos, clepsidras. Es el inicio de sus
obsesiones y delirios, pero no se harán evidentes hasta la última etapa de su
obra. El exilio, la alienación que comienza a sentir cada vez con mayor
frecuencia, aparece en un poema de este volumen:
Los que llegan no me encuentran,
los que espero no existen.
Sus tendencias obsesivas se agudizan hacia el final de su vida. Sobreviene
una etapa de marcada melancolía, y la sombra de la locura desquició sus últimos
años. Aparecen entonces sus libros: Extracción de la piedra de locura (1968), y
El infierno musical (1971). Ya todas, o casi todas las imágenes de estos libros
son de desgarramiento y de alienación. Es un período de intensa depresión. En
el poema “En la otra Madrugada” dice “Escucho grises, densas voces en el
antiguo lugar del corazón”.
Es en el año 1970 cuando sufre su primera gran depresión y casi no publica.
El tono de "El infierno musical" —infierno de la palabra— es de profundo
pesimismo y sumamente inquietante. Se hace evidente la disociación de la
personalidad de Pizarnik, las múltiples personalidades y las diferentes voces
que la atormentan:
“Ya no puedo hablar con mi voz, sino
con mis voces”
Este volumen termina en un tono de desesperanza, en una serie de preguntas ansiosas y desesperadas, “Cuándo dejaremos de huir? Cuándo ocurrirá todo esto? Dónde? Cómo? Cuánto? Por qué? Para quién?”
Este volumen termina en un tono de desesperanza, en una serie de preguntas ansiosas y desesperadas, “Cuándo dejaremos de huir? Cuándo ocurrirá todo esto? Dónde? Cómo? Cuánto? Por qué? Para quién?”
Sabemos por testimonios privados que solía escuchar música de rock durante
horas enteras, y que se apasionó por Janis Joplin, a quien dedica un poema, que
se publica en Zona franca, y que luego incorpora a su libro. La obsesión
central de Pizarnik fue el problema del lenguaje. “Creo que la única morada
posible para el poeta es la palabra”. Pero más adelante llega a pensar que sólo
puede trabajar con alusiones, con aproximaciones, pero no con palabras. Se
puede expresar sólo lo obvio, nunca lo esencial, que es, para ella, indecible.
En 1969 recibió una beca Guggenheim, y en 1971
una Fullbright. Quiso lograr una
poesía sin estridencias, donde cada palabra estuviera medida exactamente a lo
que trataba de expresar y se ajustara —también como un guante— a su deseo.
También aflora veladamente su lesbianismo. Por esta época sus cartas
comienzan a ser incoherentes. Sabemos, por documentos de varios amigos, que
termina sus días viviendo en un mundo de tinieblas: Rechazaba la luz, y vivía
de noche. Sale del hospital, luego de una estancia de cinco meses en Enero de
1972, y en una carta a Juan Liscano se advierte su desequilibrio: “En Buenos
Aires no aceptan que una poeta tan pura tenga necesidades. Oh, que se vayan a
la mierda”. En otra carta a Liscano fechada el 12 de Febrero de 1972 dice:
“estoy mejor, pero sigo con fiebre.
No es feo pero te ruego perdonarme algunos delirios inextricables que se me
deslicen (o no). Ando algo animal de tanto yacer en el hospital (me hacían
besar la cruz), esa imposición me daba rabia; ergo, la chupaba y la lamía
curioso: a pocos pasos de la muerte, la muerte es viva, vívida y vibrante y
todos los Paul Claudel y Henri Troyat (por citar a dos gordos) parecen un chiste”.
Al final de su vida, la coherencia de su obra queda interrumpida y se
reduce a un casi caos sintáctico, donde se rompen las secuencias lógicas y las
estructuras del lenguaje. La pérdida de la palabra, de su paraíso particular muestran una Pizarnik que se libera, en su poesía y su vida, cuando
elige el suicidio como salida de elección. Pizarnik declara que su ideal sería hacer
poesía con cada minuto de su diario vivir:
Ojalá pudiera vivir solamente en
éxtasis, haciendo el cuerpo del poema con mi cuerpo, rescatando cada frase con
mis días y con mis semanas, infundiéndole al poema mi soplo a medida que cada
letra de cada palabra haya sido sacrificada en las ceremonias del vivir.
Ella misma había afirmado en un ensayo sobre Antonin Artaud, al citar a
Hölderlin, que la poesía era un juego peligroso y que contaba ya con sus víctimas:
el suicidio del mismo Artaud, el silencio de Rimbaud, el sufrimiento de
Baudelaire. Para Pizarnik poesía y vida se identificaban. Como aseguraba de
estos poetas, todos tenían en común el haber querido anular la distancia que la
sociedad obliga a establecer entre vida y poesía.
Su vida termina en un abandonarse inerte y regresivo. El 25 de septiembre de 1972, mientras pasaba un fin de semana
fuera de la clínica psiquiátrica donde estaba internada, Pizarnik murió de una
sobredosis intencional de seconal.
La poesía era para ella “un destino, no una carrera”. Es la misma idea de Octavio
Paz. Cortázar y Orozco no fueron los únicos poetas que sintieron hondamente la
muerte de Pizarnik. Una prueba más de la admiración que provocaba su obra es la
serie de homenajes a su muerte. Desde Juan Gelman y Raúl Gustavo Aguirre hasta
poetas de las nuevas promociones como Federico Moreyra y Alicia Bello dejaron
testimonio de su pena en poemas publicados en diarios y revistas.
En todo caso,
según detalla Ana Nuño, la mitificación de su propio fallecimiento «ha acabado
produciendo una especie de «relato de la pasión que la recubre con el velo de
un Cristo femenino». Abundan los retratos del poeta suicida y Alejandra ingresa
en esa galería de espectros añadiendo una etiqueta más a su obra. Como señala Nuño, resultan graves las
consecuencias de esa patología consistente en vincular vida y obra.
La lectura de
todo ello nos conduce a la cuestión del género: «La melancolía, la soledad y el
aislamiento, cuando se ponen de manifiesto en la vida de una mujer, son rasgos
que admiten ser interpretados como la prueba de un desequilibrio psíquico de
tal naturaleza, que puede conducir a su autora al suicidio o la locura. Si es
varón el escritor, en cambio, y su obra o vida o ambas manifiestan parecida
contextura —la lista es larga, de Hölderlin y Rimbaud a Kafka y Beckett—, ésta
suele recibirse como una confirmación del talante visionario del hacedor» (Ana
Nuño, op. cit., p. 7).
A vueltas con
esa conexión entre la obra literaria y la realidad de su autora, Frank Graziano
cree que «la obra suicida de Pizarnik sólo puede nombrar una muerte literaria y
nunca una real». Es más, el debate sobre si la escritora cometió un suicidio o
simplemente erró la dosis, resulta académico en lo concerniente a su creación
literaria, pues dicha obra «sólo nombra la muerte que sufrió Pizarnik como
autora, como personaje de su propia ficción, cualesquiera que fuesen las
intenciones específicas de Pizarnik como persona» («Una muerte en que vivir»,
Alejandra Pizarnik. Semblanza, México D.F., Fondo de Cultura Económica, 1992,
pp. 12-13).
Pese a algún
exceso romántico y a más de un fraude piadoso, las biografías que han ido
reconstruyendo el pasado de Alejandra Pizarnik reúnen hechos ciertos, aunque
guiados por una relación mudable, de sabor barroco. En rigor, no son juegos
imaginativos sino manifestaciones vibrantes.
Fuentes: wikipedia;sololiteratura.com;
centro virtual Cervantes
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